domingo, 21 de diciembre de 2008

Descripcion de la Revolucion, por Francisco Veiga

La descripcion mas completa que he encontrado en internet sobre la Revolucion rumana, de Francisco Veiga, profesor de ciencias politicas en la Universidad de Barcelona, experto en el estudio geopolitico de los Balcanes. En su libro La trampa de los Balcanes nos cuenta los episodios de 1989 en Rumania. Os dejo los link de su blog en donde transcribe el capitulo dedicado a estos en su libro. Mas abajo teneis el texto copiado.

http://elveiga.blogspot.com/2007/09/algo-nuevo-sobre-la-revolucin-rumana-de.html

http://elveiga.blogspot.com/search/label/Revolución%20rumana%20de%201989


Veiga: un blog
lunes, septiembre 17, 2007

¿Algo nuevo sobre la revolución rumana de 1989? (1)


Este mismo año ha sido publicado en edición rústica el libro de Peter Siani-Davies: The Romanian Revolution of December 1989, publicado en 2005, en edición tapa dura por la Cornell University Press. Es, sin lugar a dudas, uno de los libros de referencia básica para el lector no rumano, porque el autor pone sobre la mesa todo el material publicado sobre el tal acontecimiento, y como en un puzzle, reconstruye pieza a pieza cada uno de los avatares que configuraron aquella revolución que comenzó el 16 de diciembre de 1989 en Timişoara y concluyó, en una primera fase, con la ejecución de Nicolae Ceauşescu, el 25 de ese mismo mes. Siani-Davies no se queda en esos nueve días vertiginosos, sino que analiza las causas lejanas de la revolución de 1989 y describe sus consecuencias hasta el mes de febrero de 1990, cuando los vencedores lograron articular el Consejo Provisional de Unidad Nacional, un protoparlamento que alcanzó a reunir a las principales y recién nacidas fuerzas políticas del país.La obra se lee con soltura, maneja una respetable cantidad de protagonistas de varios niveles y pretende responder a algunas de las incógnitas que ya por entonces y en año sucesivos, hicieron correr ríos de tinta: ¿Qué papel jugó exactamente la Securitate (policía política rumana) en los enfrentamientos armados que tuvieron lugar a partir del día 22?¿Qué protagonismo tuvo la Unión Soviética en el proceso revolucionario rumano?¿Estuvieron implicados combatientes árabes en los tiroteos que tuvieron lugar y que, supuestamente, eran parte de una contraofensiva para devolver a Ceauşescu al poder?¿Cuál fue la entidad del complot anterior a los sucesos revolucionarios, si es que existió realmente?¿Existió el Frente de Salvación Nacional con anterioridad a los sucesos de diciembre?En enero de 1990, recién concluidos los combates, Bucarest parecía una ciudad con los claroscuros de cualquier otra de Europa... en 1945.

Siani-Davies pone todas las fichas sobre la mesa, y las ordena, una a una. Ofrece al lector el despliegue más completo que existe hasta ahora. Además, aporta el desapasionado distanciamiento que ese espera de un académico anglosajón y que hasta ahora no ha logrado exhibir ningún rumano. En The Romanian Revolution of December 1989 no hay trampa ni cartón: es un libro honesto.Dicho lo cual, conviene pasar revista a los puntos débiles, algo necesario no tanto para evitar que el libro se venda, todo lo contrario: cualquier persona interesada en saber cómo y por qué Ceauşescu fue derribado del poder debería comprarse el libro de Siani-Davies. Pero es importante criticar algunos extremos para contribuir a que sucesivas generaciones de historiadores e investigadores no crean que todo está hecho. La obra que nos ocupa no pasa página, al contrario: da una base sólida para continuar.
Pavel Câmpeanu, polémico líder inicial del Partido Liberal, posa para la cámara del autor en enero de 1990. Siempre fue un personaje muy accesible. Pero como la mayor parte de los líderes de los nuevos partidos políticos, no estuvo en el centro de los acontecimientos durante la revolución. Otros,llegaron directamente del exilio cuando todo había concluido.

En primer lugar, debe resaltarse que Peter Siani-Davies utiliza exclusivamente fuentes secundarias, es decir, material ya publicado. O casi: en la introducción nos dice que entrevistó a una serie de testimonios y analistas. Sin embargo, entre ellos no hay casi ninguno de los verdaderos protagonistas de aquellos días, personas que tienen las claves –todavía hoy- de algunos enigmas que el auor no logra resolver. No figura en la lista que hayan sido entrevistados Ion Iliescu o Petre Roman; no hay en ella ningún militar de los que todavía siguen vivos (de los generales que jugaron un papel central, Militaru murió en 1996 y Gusă en 1994). Eso por no hablar de personajes tan enigmáticos pero centrales como Gelu Voican Voiculescu, que el intelectual Andrei Pleşu –otro personaje con protagonismo en aquellos días- me dijo era un simple “prost” (tonto). Puede ser, pero Voican, que formó parte del tribunal que juzgó a Ceauşescu y que al parecer tuvo una gran responsabilidad en su ejecución, terminó dirigiendo los servicios de inteligencia del nuevo estado. Y nadie sabe de dónde salió el avispado personaje que, al parecer, era amigo de Petre Roman antes de la revolución.

Por lo tanto, los testimonios de Siani-Davies son, en algunos casos importantes, personajes que durante años han insistido en hacer oir su voz, en parte por el placer de explicar sus batallitas, pero también para ponerse medallas que a estas alturas de siglo ya no tienen mucho sentido, porque todo está partido y repartido desde hace casi dos décadas. Es el caso, por ejemplo, de Silviu Brucan el viejo “Tache” de sus tiempos de joven militancia, que desde hace mucho tiempo ha luchado por explicar a quien le quisiera escuchar, que había organizado una red conspirativa contra el régimen.Silviu Brucan [personaje de oscuro, en el centro] da una rueda de prensa en el Hotel Intercontinental, Bucarest, enero de 1990, cuando intentaba hacerse con un papel central en el Consejo Provisional de Unidad Nacional.

Algo parecido ocurre con las fuentes, todas bibliográficas. No hay documentos oficiales, no se ve trabajo de archivo. Se entiende que no es fácil acceder a ese material, que en algunos casos está bajo siete llaves. Pero no así en Moscú, por ejemplo; y no parece que Siani-Davies haya hecho ese viaje para echar un vistazo a archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores soviético o de la KGB de entonces, ahora consultables. En su momento se habló, por ejemplo, de que Iliescu había sido un agente de la KGB; el autor nos da la información, nos cita algunas fuentes de la época en las que se habla del asunto (de la BBC, sobre todo). Pero no resuelve el asunto. Claro, es imposible hacerlo con fuentes coetáneas. Por último, no consta que el autor haya consultado series completas de periódicos. Y lo cierto es que, aparte de los cuatro o cinco principales, hubo decenas de cabeceras que aparecieron y desaparecieron por entonces, con una enorme cantidad de detalles sobre la revolución de 1989.Por lo tanto, los grandes enigmas de la revolución rumana de 1989, siguen ahí: ¿Contra quién se libraron los combates en Bucarest, entre el 22 y el 25 de diciembre? Siani-Davies no da una respuesta concluyente, sigue siendo un misterio.

¿Participaron de alguna forma Hungría y la Unión Soviética en los acontecimientos? Tampoco hay una respuesta clara; algunos datos, como los problemas que tuvieron algunas bases aéreas rumanas con sus radares, ni siquiera se mencionan. En cambio, sí se puede encontrar en el libro una interesante descripción de los sucesos acaecidos en Sibiu el 21 y 22 de diciembre, un momento y lugar que fueron claves pero que la literatura sobre este fenómeno histórico suele olvidar. Sin embargo, la tendencia de Siani-Davies es a quedarse en una narración factual. El autor no analiza a fondo el papel político del Ejército, no aclara qué ocurrió con la Securitate, falta una lectura social de la revolución, no se percibe una articulación convincente entre los grandes actores de aquellos días. Pero no como individuos –el relato habitual que suelen hacer los rumanos- sino como fuerzas operantes.Una de las fotografías más "panchovillesca" de la revolución rumana de 1989. Dos suboficiales, al parecer del cuerpo sanitario, ocupan una estancia de lo que parece ser el Comité Central del PCR. Obsérvense los anticuados uniformes (el modelo de casco es el holandés de la Segunda Guerra Mundial) y la expresión de fatiga. El verdadero papel del Ejército rumano en la revolución aún está por clarificarSiani-Davies no es un Joseph Rotschild, un Peter Sugar, un Mark Mazower o un François Fejtö. Es decir: no demuestra la capacidad de proyectarse un poco más allá del fenómeno histórico estudiado a fin de entenderlo mejor recurriendo a la comparación con sucesos similares en el tiempo o en el espacio. Por lo tanto, falta ese acercamiento del historiador veterano que hubiera explicado qué significó la revolución rumana en el contexto de las fichas de dominó que caían, una tras otra, en aquel otoño e invierno de 1989 en el Este de Europa. Pero sobre todo, el historiador británico no da respuesta a una pregunta clave: ¿Por qué la caída de los regímenes comunistas en los Balcanes (Rumania, si, pero también Albania y sobre todo, Yugoslavia) fueron tan violentos, por contraste con la revolución de terciopelo checa, la unanimindad nacional que imperó en Hungría o la transición “a la española” de Polonia en torno a la célebre “mesa redonda”?

En fin: como complemento a la lectura del libro de Peter Siani-Davies, se ofrece a continuación una interpretación propia de la revolución rumana de 1989 extraída de La trampa balcánica, edición de 2002, páginas 240 a 248. Por razones de extensión, se editará en dos pequeños capítulos.Un BTR-60 toma posición en plena Calea Victoriei. Las ventanas del edificio de enfrente ya han sido profusamente tiroteadas por los soldados y civiles armados en días anteriores.

1989: revolución en Rumania [interpretación de Francisco Veiga]

La tormenta que conmocionó a Rumania durante las Navidades de 1989 sigue siendo un fenómeno escasamente aclarado a pesar de que, paradójicamente, fue la primera revolución televisada en directo de la historia. Quizá por eso resultó tan desconcertante[1]. Durante un cierto tiempo se mantuvo que se había tratado de un complot o un golpe de Estado, una explicación que convenía a los adversarios políticos de las nuevas autoridades y a los medios de comunicación -occidentales y rumanos-, que buscaban explicaciones rápidas para un fenómeno muy complejo. Fue, en definitiva, un reflejo característico, posterior a muchas revoluciones y bruscos cambios históricos, comenzando por la Revolución francesa, y terminando por la bolchevique. En realidad, un vistazo panorámico a la revolución rumana introduce serias dudas sobre la posibilidad de un complot. Los golpes de palacio y las conspiraciones (como ocurrió en Bulgaria) suelen ser procesos rápidos, dirigidos contra el centro neurálgico del poder, calculados para mover el menor número de piezas posible y sobre todo, para evitar la implicación popular.En Rumania ocurrió lo contrario: los sucesos comenzaron con una revuelta popular en Timişoara, una ciudad de provincias. La represión se prolongó durante seis días sin que nadie se moviera en la capital. Por fin, casi "in extremis", los bucurestinos salieron a la calle y lograron provocar la huída de Ceauşescu. Sin embargo, lo que siguió fue un confuso combate en la capital que se prolongó durante cinco días más. Todo ello con miles de civiles armados, soldados locos de miedo y enemigos que en buena medida fueron imaginarios. Como remate, una parodia de juicio contra Ceauşescu, filmada y distribuida en el extranjero para vergüenza de sus autores. Si todo ello ha de entenderse como un complot de principio a fin, lo más piadoso que se puede decir de él es que dió un gran rodeo sin necesidad.En realidad, la campaña orquestada por los húngaros en defensa de los supuestos abusos contra la minoría étnica magiar en Transilvania había logrado galvanizar al régimen rumano, más que debilitarlo. En parte porque las acusaciones de enormes campañas de resituación no eran ciertas, como demostró con toda autoridad el prestigioso Südosteuropäische Institut de Munich y publicó "Newsweek" en el último reportaje realizado sobre Ceauşescu antes de su caída[2].Un soldado, aterido, se abriga con una manta en lo alto de la torreta de un tanque, Timisoara. El Ejército reprimió a la población civil duramente en esta ciudad, en la primera fase de la revoluciónLas tensiones con Hungria crearon un ambiente de peligro inminente que Ceauşescu tuvo buen cuidado de alimentar. El Ejército, en especial, estaba muy sensibilizado ante la posibilidad de un ataque húngaro o soviético. El gran fantasma era la "invasión pendiente" de 1968. Los sucesivos desmoronamientos de regímenes comunistas a lo largo del otoño de 1989 terminaron por ponerle los nervios a flor de piel a los jerarcas rumanos. Sólo Ceauşescu parecía creer en la eficacia de una defensa numantina.Hubo un intento de manifestación en la ciudad moldava de Iaşi, detenido "in extremis" por las fuerzas de seguridad. Pero en Timişoara, las unidades de la Securitate y la policía no tuvieron tiempo de utilizar su táctica: la disuasión. En realidad, los disturbios del 16 de diciembre habrían fracasado si las fuerzas de orden público hubieran estado preparadas para reducir a grupos de manifestantes decididos. Pero estaban deficientemente entrenadas y pobremente armadas, y sobre todo, nunca se habían tenido que enfrentar a tal contingencia. En Braşov, dos años antes, la multitud se había desmoralizado; en Timişoara fue la policía la que se derrumbó.Ante las dificultades para controlar el orden público en Timişoara, ciudad a pocos kilómetros de la frontera húngara, cundió la alarma en Bucarest. Sencillamente, las autoridades creyeron que aquello eran los prolegómenos de una invasión, una provocación maquiavélica organizada por agentes secretos húngaros y soviéticos. Paradójicamente, la mitificación de la Securitate y el ambiente paranoico que existía en la Rumania de Ceauşescu habían llevado a una exagerada sobrevaloración de lo que unos servicios de información o grupos de agitadores podían llegar a hacer

1989: revolución en Rumania[interpretación de Francisco Veiga] Segunda parte

Se envió urgentemente [a Timişoara] a un selecto grupo de altos mandos militares, y estos organizaron la represión, con los tanques en la calle, como si estuvieran ante una contingencia bélica. El resultado fue una carnicería (unos setenta muertos en dos días), cuya autoría hay que atribuir en buena medida a los militares, y no tanto a las fuerzas de la Securitate. Pero esta vez, la indignación fue superior al terror: la población civil nunca llegó a pensar que el Ejército disparase contra ellos, y como consecuencia los obreros de todas las fábricas se declararon en huelga general.Ante esa reacción, era difícil seguir arguyendo que aquello era un ataque exterior. Además, la revuelta del proletariado echaba por tierra toda la legitimación del poder de las autoridades. El Ejército se mantuvo a la expectativa, y la situación quedó en suspenso. Ceauşescu aún no había perdido la partida, y decidió cambiar de registro. Contra un desafío ideológico había que oponer una respuesta ideológica. Tomó la resolución de continuar con la represión enviando a Timişoara unidades de Guardias Patrióticos compuestas por obreros. Paralelamente demostraría su ascendiente sobre las masas proletarias organizando una gran acto de solidaridad. Ese fue el motivo de la manifestación organizada en pleno centro de Bucarest la mañana del día 21 de diciembre. Fue un acto temerario, pero no un error inducido por misteriosas fuerzas conspirativas. En la cabeza de Ceauşescu, donde el tiempo se había detenido, aquello tenía su lógica. Estaba actuando como lo había hecho en 1968, en el mismo escenario y en circunstancias que a él se le antojaban similares. Era un anciano mentalmente esclerotizado que salía de un mundo irreal y pensaba que los recursos de veinte años atrás seguían siendo válidos por sí solos, como una receta mágica.

El último discurso. Nicolae Ceauşescu se dirige a una multitud de seguidores en la mañana del 21 de diciembre. Contrariamente a lo que pregonó la prensa occidental en aquellos días, la maniobra estuvo muy a punto de salirle bien. La multitud no se sublevó, el fallo consistió en interrumpir el discurso y cortar brevemente la emisión del actoA pesar de todo, estuvo cerca de conjurar el peligro. Los trabajadores que acudieron a vitorearle ante la sede del Comité Central habían sido escogidos en la fábricas de la ciudad por los sindicatos, según un patrón establecido. Nunca interrumpieron el discurso de Ceauşescu silbándole e insultándole, como afirmaron la inmensa mayoría de los periodistas que escribieron libros o artículos con posterioridad repitiendo miméticamente unos lo que habían dicho los otros[1]. Como revela sin lugar a dudas la grabación videográfica del acto, la multitud gritó de miedo y desconcierto porque un muy reducido grupo de alborotadores se había infiltrado en el acto. Estos sí increparon al dictador, mientras otro, aislado, lanzaba un petardo navideño, provocando el pánico general. Parte de los asistentes huyó, pero con los que se quedaron Ceauşescu continuó su discurso hasta el final. Posteriormente, las televisiones occidentales emitieron la grabación alterada, dando la impresión de que Ceausescu había abandonado el escenario obligado por el disturbio.

En realidad, el Conducător pudo haber salido triunfante de la prueba si no hubiera existido la televisión. Porque fueron los tres minutos de interrupción del programa, mientras se restablecía el orden en la plaza, los que hicieron salir a la gente a la calle, ansiosa por comprobar qué había ocurrido.Con una multitud enorme deambulando por Bucarest, las fuerzas del orden público todavía quedaron más desconcertadas que en Timişoara. Intentaron disuadir a base de exhibir en las calles fuertes contingentes de efectivos. Pero sólo al caer la noche se decidieron a actuar. Se repitió el esquema de Timişoara: el Ejército disparando contra la multitud -entre ella muchos jóvenes y estudiantes- y al día siguiente, cuando la situación parecía controlada, huelga general de los obreros. Esta vez Ceauşescu había perdido la partida definitivamente. El ministro de Defensa, completamente abatido, se suicidó. Ese hecho y la torpeza de Ceauşescu al calificarlo de traidor en un comunicado oficial, sirvieron de excelente pretexto al Ejército para cambiar de bando. Con la sede del Comité Central rodeada por los manifestantes victoriosos, Ceauşescu escapó en helicóptero, sin saber hacia dónde, en un patético y desesperado intento por organizar la resistencia contra lo que él pensaba era un golpe de Estado.

El vacío de poder subsiguiente duró varias horas. En el edificio del Comité Central se intentaron formar varios comités de gobierno. El más exitoso estaba formado por algunos antiguos políticos del entorno de Ceauşescu, además de militares y manifestantes, esto es, trabajadores y estudiantes. Las interminables discusiones en aquel caos se prolongaron durante horas. De tanto en tanto, algunos personajes se asomaban al exterior, esperando obtener el apoyo de la enorme y amorfa multitud convocada bajo el balcón del edificio, que les silbaba o vitoreaba. Frente a esta alternativa revolucionaria "clásica", los que tuvieron la idea más "moderna" de ir a la televisión, obtuvieron el triunfo[2]. Primero acudieron un grupo de artistas, entre ellos un famoso poeta y un dramaturgo, ambos con un lógico sentido de la escenografía. Pero los militares no estaban muy dispuestos a aceptar un gobierno de "bohemios". De hecho, un campesino de la provincia de Dîmboviţa (cercana a Bucarest) que encendió casualmente la televisión creyó que se estaba representando una obra de teatro experimental[3].Por fin, acudió a la televisión Ion Iliescu, una antigua personalidad del régimen, hijo de un viejo militante comunista y de formación científica, que había ido cayendo en desgracia durante los últimos años de Ceauşescu. En 1989 poseía fama de ser un hombre bastante íntegro y aperturista[4]. Además, su decidida aparición en las pantallas de televisión contrastaba muy favorablemente con el caos amorfo de los revolucionarios que se agolpaban en los pequeños estudios televisivos. Junto a él se agruparon un antiguo general pro-soviético ya retirado (Nicolae Militaru), que podía lavar el honor del Ejército al haberse mantenido al margen de la represión. También formó en el nuevo poder Silviu Brucan, el politólogo impulsor del "Manifiesto de los Seis", así como un diplomático disidente que se había hecho famoso denunciando ante la ONU la situación de los derechos humanos en Rumania. Figuraba asimismo en el grupo un tal Petre Roman, joven ingeniero físico y profesor universitario. Era hijo de Valter Roman, un aguerrido comunista que había combatido en la guerra civil española y que posteriormente llegó a ser una personalidad en el régimen, ostentando diversos cargos ministeriales. De hecho, cuando en 1970 se creó la Academia de Ciencias Sociales y Políticas de la República Socialista de Rumania, destinada a ser una especie de universidad ideológica del régimen ceausista en su proceso de transformación, Valter Roman fue nombrado presidente de la Sección de Ciencias Políticas; también había dirigido la Editorial Política[5]

En torno a este núcleo, del cual saldría el Frente de Salvación Nacional (FSN) se aglomeraron militares, aventureros, oportunistas y extravagantes. Pero el grupo original constituyó una alternativa bastante lógica de poder civil. Provenía de la antigua elite política o intelectual, marginada por Ceauşescu, pero no ausente de los márgenes del poder. Habían permanecido dentro del ámbito de la "aristocracia del Partido", muy reducida, y de una manera u otra se conocían todos entre sí. Demostraban además claras tendencias tecnocráticas, quizá cultivadas a raíz de los debates internos que desde 1949, y sobre todo a comienzos de los años sesenta, tuvieron lugar en el seno del Partido Comunista Francés en torno a la relación entre ciencia y política. En conjunto poseían características que los hacían aptos para ser aceptados por todos los sectores sociales. Por entonces, los políticos exiliados de la oposición histórica aún no habían tenido tiempo de llegar a Bucarest, y hubiera sido imposible reunir en unas horas a un grupo de líderes anónimos extraídos de la multitud que ofrecieran algunas garantías de eficacia en la gestión política.Comienzan los tiroteos, en la noche del 22 de diciembre. Nadie sabe muy bien qué ocurre ni contra quién se dispara. Las balas trazadoras pulverizan, de forma casi rutinaria, las ventanas del antiguo Palacio Real. Obsérvese la actitud despreocupada de los civiles y del soldado junto al tanque. Ningún carro de combate llegó a disparar su cañón contra un supuesto enemigo que no contaba con armas pesadas. Ese mismo 22 de diciembre por la noche una serie de confusos combates estallaron en Bucarest. La oposición al nuevo régimen tiende a explicar que formaron parte de una farsa organizada o consentida por los nuevos dirigentes para cimentar su poder sobre una victoria obtenida contra los fanáticos partidarios de Ceausescu. Ese tipo de explicaciones enraizó en Occidente y muchos de los que siguieron los acontecimientos aquellos días han conservado la firme convicción de que los hechos de 1989 fueron una especie de complot o autogolpe, a pesar de que las argumentaciones a favor que se ensayaron solían pasar de los pequeños detalles a la macroteorías dejando de lado cuestiones de bulto.Una de ellas es que los combates no comenzaron en Bucarest, sino en la ciudad de Sibiu, en Transilvania, ya por la mañana del 22 de diciembre, para desconcierto de los revolucionarios bucurestinos que ocupaban la sede del Comité Central, tal como muestran las filmaciones en vídeo[6]. Pero además, porque una vez tomado el poder, una puesta en escena a tiro limpio resultaba demasiado arriesgada: podía dar lugar a facciones armadas de la oposición. Además, las decenas de muertos y heridos que dejó tras de sí la revolución impidieron la transformación progresiva del régimen sin riesgos inútiles. Si se acepta que los nuevos dirigentes rumanos eran neocomunistas, hay que tener en cuenta que la hipoteca sangrienta de la revolución obligó a terminar con el Partido y a erigir un nuevo y tambaleante régimen en pocos días. No hubo posibilidad de transformar el PCR metamorfoseándolo con otras siglas, como ocurrió en Albania, Bulgaria, Serbia o Eslovenia. En realidad, el nuevo poder no tenía necesidad de la mini-guerra que siguió: la mayoría de los rumanos estaban hartos de Ceausescu, pero le veían ventajas al sistema social y político en el que vivían[7]. Según ellos, podía seguir funcionando si era remendado convenientemente. Eso quedó bien demostrado en la victoria de Iliescu a la presidencia y del FSN al gobierno en las elecciones de mayo de 1990, y octubre de 1992[8].

Por otra parte, los francotiradores de la Securitate difícilmente hubieran podido recuperar el poder para Ceauşescu, tal como se explicó en un principio. De hecho, parece fuera de lugar que los presuntos securistas, o incluso mercenarios profesionales, calificados en su momento de verdaderos superhombres dotados de armamento altamente sofisticado[9] no utilizaran ni una sola vez algún tipo de arma contracarro, lanzacohetes portátil o incluso simples granadas para atacar a los tanques del Ejército, la mayor parte del tiempo inmóviles en los puntos neurálgicos de la capital[10]. En realidad, el origen de los combates parece haber respondido, en origen, a un intento de golpe militar impulsado por un grupo de oficiales del Ejército, incluso con el apoyo de parte de la Securitate. Quizá fue una reacción de desconfianza y no se fiaron de Iliescu para tapar las culpas de los militares en la reciente represión. O sencillamente, veían débil al nuevo núcleo de poder. Desde el punto de vista táctico, la forma en que se realizaron los hostigamientos (en una ocasión al menos desde un helicóptero del Ejército, en la zona de los estudios de la televisión) parecía responder al deseo de asustar a la multitud y limpiar las calles de manifestantes, sin provocar bajas indiscriminadamente. Una vez conseguido esto se podía lograr un cambio de líderes rápidamenter y sin presiones o interferencias populares. Pero el objetivo de separar a los manifestantes de los nuevos dirigentes no pudo realizarse. Y entonces, recurriendo a una interpretación totalmente opuesta a la que se ofreció por entonces, los tiroteos se convirtieron en una forma de presión sobre los sectores más moderados para forzar la ejecución del matrimonio Ceauşescu, un testigo demasiado incomódo como para hacerle un proceso regular[11]. De manera bien significativa, una vez liquidado el Conducător y su esposa cesaron rápidamente los combates[12].

En el proceso, registrado también en una cinta de video, actuaron como jueces un politólogo que había trabajado con la Securitate y que después sería nuevo jefe de los servicios de inteligencia rumanos (Virgil Măgurenau); un personaje extravagante, geólogo y adepto a las ciencias ocultas (Gelu Voican Voiculescu); y el general Stănculescu, futuro ministro de Defensa y hasta entonces jefe del complejo militar industrial. Él mismo había facilitado a Ceauşescu la huida de Bucarest en helicóptero intentando dirigirlo a algún lugar controlado por el ejército. Posiblemente para hacerlo prisionero y una vez a buen recaudo, negociar su destino con otros protagonista o grupos de presión. Sin menospreciar el protagonismo de militares y políticos en su ejecución, algunos recién llegados a la escena política demostraron un fanatismo que a veces resultó decisivo. El ya citado Gelu Voican Voiculescu, surgido literalmente de la calle para terminar convirtiéndose en ministro de Asuntos Exteriores, fue uno de los que más insistieron en ejecutar a Ceauşescu inmediatamente, en virtud de la "justicia revolucionaria". Tanto acudió a argumentos extraídos de la obra de Descartes referidos a la razón de estado, que la palabra clave para el proyecto de liquidación fue "Recurrid al método"[13].

Pero existe otra interpretación para los violentos enfrentamientos ocurridos en Bucarest entre el 22 y el 25 de diciembre, mucho menos alambicada que la expuesta. La clave estaría en la actitud despechada de los militares, que buscaron en todo momento borrar las trazas de su protagonismo en la represión de las multitudes de Timişoara y Bucarest entre el 17 y el 21 de diciembre. Exasperados por el hecho de que incluso la Securitate, o al menos el grueso de sus unidades se puso desde el mismo día 22 al lado de los sublevados, fueron los militares quienes inventaron un enemigo que no existía. Abonaría esa teoría la liquidación de unidades de la Securitate fieles a la revolución en Sibiu y Bucarest sin darles opción a defenderse o explicarse, hechos que posteriormente fueron presentados como errores trágicos. En cierta manera, Ceauşescu no fue el único ejecutado de aquellas Navidades para que no abriera la boca.

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