miércoles, 14 de enero de 2015

Bajo el cielo de España. Capítulo IV: Historia de los brigadistas rumanos en la Guerra Civil Española

Continuamos con la traducción del libro de Valter Roman, miembro del grupo de rumanos que combatieron en España en las Brigadas Internacionales contra el fascismo, en el que se describe la participación de los comunistas de Rumania en la Guerra Civil española (1936-39).

Se puede acceder a las partes anteriores en los siguientes enlaces:

Bajo el cielo de España: Capítulo V (1ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (2ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (3ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (4ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (5ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (6ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (7ª Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (8º Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo V (Parte Final)
Bajo el cielo de España: Capítulo VI (Primera Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo VI (Segunda Parte)
Bajo el cielo de España: Capítulo VII
Bajo el cielo de España: Capítulo VIII


CAPÍTULO IV: QUERÍAN UN PUESTO EN LA LUCHA”


EN TIERRAS DE ESPAÑA. TRAS LAS HUELLAS DE KOGĂLNICEANU Y IORGA

El cuartel de la Guardia Republicana de Albacete, sería utilizado
por las recién formadas Brigadas Internacionales como Cuartel General
Estamos en la primera mitad del mes de octubre de 1936. Habían empezado a llegar a España los primeros grupos de voluntarios antifascistas, procedentes de todos los rincones del mundo. Llegaban los voluntarios de la libertad, de quienes, dos años más tarde, Pasionaria iba a decir: “Nos lo daban todo: su juventud o su madurez; su ciencia o su experiencia; su sangre y su vida; sus esperanzas y sus anhelos… Y nada nos pedían. Es decir, sí: querían un puesto en la lucha, anhelaban el honor de morir por nosotros.”1

Los primeros en cruzar los Pirineos fueron acantonados unos cuantos días en la fortaleza de Figueras,
mientras que quienes arribaban por mar, lo hicieron por Alicante. Al poco tiempo, a todos se les condujo a Albacete, centro de concentración y preparación militar de los voluntarios. El viaje a Albacete se transformó en una inmensa manifestación de simpatía: en las estaciones de las ciudades, de los pueblos, a lo largo del camino, se aclamaba a los voluntarios y se les colmaba de regalos. Su presencia en aquellas tierras mostraba al pueblo español que, en el gran enfrentamiento con las fuerzas del fascismo, todos los pueblos del mundo estaban a su lado.

Tras apenas tres días en Figueras, el grupo de rumanos llegado de Francia se puso en camino hacia Albacete junto con un contingente mucho más numeroso de voluntarios de otros países. El trayecto atravesaba Cataluña casi de punta a punta por la costa del Mediterráneo, llegaba a Valencia y de allí tomaba hacia el interior del país. El tren se iba deteniendo en innumerables estaciones, paradas a lo largo del recorrido que, claro está, nos sirvieron para entrar en contacto, por primera vez, con el pueblo y la realidad españoles. Por las ventanas del vagón, mirábamos de hito en hito el singular paisaje, en el que se apreciaba la huella de siglos de agitada historia: castillos y fuertes en lo alto de los cerros, torres almenadas, etc. Veíamos los campos de tierra roja y los rostros atezados de quienes afanosamente los trabajaban, que habríamos dicho modelados en el mismo barro. Al borde del camino se sucedían los olivos, de hoja rala y troncos retorcidos de puro viejos. Apenas había casas modernas en los pueblos. Sólo cerca de la costa, más hacia el Sur, las espléndidas villas hablaban de la prosperidad de las clases adineradas.

Por los caminos rurales, hombres con boina y mujeres con pañuelo caminaban vestidos casi enteramente de negro (más tarde, me enteré de que los españoles guardaban luto durante varios años por los parientes cercanos e incluso que se observaba el luto por los lejanos, lo que explicaba en gran medida aquella austeridad en el vestir). ¡Qué diferencia con los atuendos bordados de flores de la mayoría de las regiones de nuestra patria! Y, sin embargo, ¡cuánto se parecían aquellas viejas iglesias de los pueblos, con sus torres macizas y sus ventanas estrechas y alargadas, a las iglesias del siglo XVII de Muntenia2!

De repente, me vinieron a la memoria algunas de las impresiones que el gran sabio Nicolae Iorga3 recogió en sus notas de viaje, publicadas tras el que hizo a Cataluña en 1929, en las que señalaba nuestras afinidades con aquel “pequeño país latino”. Los primeros contactos con la población catalana me convencieron de la justeza de sus afirmaciones:

“Aunque no haya vínculos más profundos entre los catalanes y nosotros, cuando se les oye hablar y, sobre todo, cuando se ve esta lengua por escrito, queda de manifiesto la existencia de una comunidad espiritual y de raza. No nos admira, pues estamos acostumbrados a encontrar nuestras palabras en todas las lenguas romances. Sin embargo, es interesante ver la agradable sorpresa que reciben los catalanes cuando se enteran de que en rumano hay algunas palabras que se parecen a las suyas.”4

De hecho, algunas palabras y frases enteras son casi idénticas en ambas lenguas. Me atrevería a decir que de todas las lenguas latinas, sólo en rumano y en catalán se pronuncian las vocales del diptongo ‘ou’ por separado, sin fundirse en una ‘u’, como en francés. ‘Ou’, ‘nou’ y ‘bou’5 se pronuncian igual y con el mismo significado en las dos lenguas.

Alguna vez me sobresalté al escuchar «asculta, noi!» –es decir, “¡escucha, eh!”6-, creyendo que alguien se dirigía a mí en nuestra lengua. O cuando oí a unos payeses llamarse “cap de bou umflat”7, exactamente igual que en rumano. Empecé a pensar que ambas lenguas románicas eran las más próximas entre sí, sin llegar a adivinar el origen de estas similitudes. A día de hoy, sigo sin entender por qué precisamente estas dos lenguas de origen latino están tan emparentadas. De otras expresiones, entre ellas algunos insultos, ni hablo…

Leía con mucho interés los apuntes sobre España de Mihail Kogălniceanu, escritos con ocasión del viaje que realizó a dicho país en 1846. Con cuánta belleza se expresaba Kogălniceanu:

“¿Qué rumano, al oír a un castellano entonar canciones llenas de tristeza, zurcidas con apenas unas pocas notas, casi con las mismas arias, unas de amor, otras de aflicción, éstas del tiempo de los moros, aquéllas sobre la vida de un famoso ladrón, no creería estar escuchando las doine8 montañesas, las endechas del llano o los cantos de Bujor de nuestros campesinos?”

Las bellezas y tesoros de España cautivaron a Kogălniceanu del mismo modo que nos cautivaron también a todos nosotros cien años más tarde:

“(…) he estado en España; he visto sus monumentos, he asistido a sus fiestas, he rezado en sus catedrales, he paseado por sus calles, me he sumergido en su atmósfera perfumada y la impresión que ha dejado en mí es tan viva como antes de que me envolviera. Sólo espero, si Dios me lo permite, volver a ver España.”

Lo que más me atrajo de las impresiones de Kogălniceanu fue su condena de la nobleza española, “ignorante y engreída”, y su fe en el pueblo:

“A España, donde el envilecimiento y la parcialidad políticos –decía Kogălniceanu- lo absorben todo, política de recriminaciones, a esta España sólo puede regenerarla un gran dictador o una gran revolución… La única esperanza está en el pueblo. Es la misma historia de Rumanía: el campesino que huele al pez por la cola. En la cola aún hay esperanzas, porque la cabeza lleva mucho tiempo podrida”9.

Pudimos constatar a cada instante la justeza de estas palabras, de estas impresiones.

Desde el mismo momento en que concebí la idea de alistarme como voluntario, hasta que recibí la autorización de nuestro partido y concluyeron los preparativos del viaje, dediqué cada rato libre a leer y releer libros y revistas, y a hojear álbumes sobre el país al que iba a ir y que tanto me atraía desde hacía tiempo. En aquel periodo volví a leer el libro de Iorga y los recuerdos de Kogălniceanu a que me he referido más arriba.

Cada una de esas lecturas me daba a conocer una faceta distinta de España. Algunas evocaban en mí la España de los conquistadores, con sus famosos navegantes siempre en busca de nuevos caminos y tierras en que descubrir fabulosas riquezas. Otras me mostraban la España de las corridas de toros, las plazas bulliciosas, la pasión del flamenco, las castañuelas y los abanicos.

En algunos de aquellos libros se destacaba el esplendor de los artistas españoles, de los genios que, con la pluma o el pincel, inmortalizaron la grandeza y los sufrimientos de España, como Cervantes, Velázquez, Goya o Unamuno. De las lecturas más recientes, no obstante, llegaba el eco de los acontecimientos que habían vuelto las miradas de todos, amigos y enemigos, hacia España: las grandes huelgas de los mineros asturianos, la victoria del Frente Popular, las esperanzas concebidas, la rebelión fascista, la reacción popular.

Una vez en contacto con tierra española, comenzó a cristalizar en mí una imagen que sintetizaba y fundía en un todo las impresiones anteriores con las que recibía sobre el terreno, impresiones inéditas, emociones que viví directamente en los años que pasé luchando, hombro con hombro, con los bravos republicanos españoles.


LA EXCELENTE PAELLA Y EL MARAVILLOSO FLAMENCO

Pasamos por Barcelona –capital de Cataluña- donde cambiamos de tren, aunque no nos quedamos el tiempo suficiente para poder visitar la ciudad, que, sin embargo, iba a conocer más tarde bastante bien. No obstante, hicimos varias paradas más al sur, entre ellas, una en Castellón de la Plana, en Valencia. Aquella localidad se me quedó grabada en la memoria por dos motivos: allí vimos y oímos, por vez primera, el cante y el baile auténticamente españoles, y allí también comimos, por primera vez, calamares en su tinta y paella, especialidades culinarias autóctonas difíciles de olvidar.

Llegamos a la ciudad poco antes del anochecer. El almuerzo que habíamos tomado en el tren, de companaje, había sido frugal. Nos anunciaron que estábamos invitados a una cena de pescado. Durante más de una hora, desfilaron por la mesa todo tipo de especialidades marineras, más o menos conocidas, a las que hicimos los honores con hambre de lobo. De pronto, con la solemnidad que anunciaba la llegada de la gran estrella del festín, nos sirvieron calamares en su tinta: en platos alargados, una especie de pulpos de aspecto repulsivo, flotando en una salsa negra –de ahí su nombre, tinta10- tan poco apetecible como aquéllos.

No recuerdo ya cuál fue la reacción de los demás, pero en los rostros de los rumanos la consternación se reflejó tan a las claras, que nuestros anfitriones se echaron a reír. Cuando, por fin, logramos vencer nuestra repugnancia y accedimos, entre palabras de ánimo, a probar el plato, nos dimos cuenta de que estaba realmente riquísimo.

Sin embargo, la gran sorpresa del arte culinario español la constituyó otro plato que nos sirvieron después, la famosa paella en su variante de Valencia, la paella valenciana, una comida deliciosa, considerada, con justa razón, el orgullo de la cocina española. Es un plato a base de arroz, una suerte de pilaf11, hecho al horno en una sartén especial de fondo plano, al que se añaden todo tipo de pescados de calidad, langosta y cangrejos, y en el que no falta tampoco alguna salchicha, así como pechuga de gallina. El color de la paella es amarillo cobrizo debido al azafrán con que se prepara. Es, sin duda, una de las comidas más deliciosas de la Península Ibérica.

Poco después, aquellos platos se habían convertido en nuestras comidas favoritas. Cuánto los echamos de menos en los largos periodos en que escaseó la comida y nuestros cocineros hubieron de derrochar arrobas de ingenio para hacer comestibles los alimentos más insospechados.

Tras la cena, mientras paseábamos por la ciudad en espera de la hora de volver al tren, oímos los acordes de una guitarra que salían de una casa con las ventanas abiertas. Nos acercamos. Era una sala de baile donde se celebraba una fiesta de despedida en honor de unos jóvenes que se iban al frente. Al vernos, nos invitaron a entrar. Todo el mundo escuchaba hechizado a una chiquilla de unos 18 años, puro fuego y pasión, que cantaba flamenco. No era profesional, sino simplemente una muchacha que había aprendido a cantar de su madre, de su abuela y de la generación de mujeres españolas que, al son de la guitarra, hicieron cante de su amor y su desesperación, de sus deseos y esperanzas. Parecía que llevaba la música en la sangre, que la sentía en cuerpo y alma. Lo que maravillaba de su manera de cantar no tenía que ver ni con el ritmo ni con la melodía, sino con la sinceridad de su interpretación y la fuerza para comunicar los sentimientos que la animaban, aquella perfecta combinación de palabra, música y sentimiento.

Cuando terminó de cantar, estallaron las voces de aprobación y las exclamaciones de entusiasmo: ¡Ole María! ¡Qué bien cantas! ¡Ole salero! ¡Ole la madre que te parió! En los años que estuve en España escuché muchas veces flamenco y quedé admirado no sólo del arte de numerosos intérpretes, anónimos o célebres, y del talento para la improvisación de los artistas (porque cada cantaor recrea en gran medida el cante y lo adapta a sus sentimientos y temperamento), sino también del conocimiento del público, capaz de distinguir a la perfección entre el auténtico arte y las imposturas, entre el verdadero sentimiento y el que se pretende tan sólo aparentar. Esta capacidad cierta para discernir lo uno de lo otro la observé poco después en las plazas donde se celebraban las corridas de toros.

Tras la cantaora, otra muchacha, no mucho mayor, se puso a bailar. Al principio no se percibía más que un leve gesto de las manos del que brotaba el suave repiqueteo de unas castañuelas. Poco después, se precipitaba la acción: las castañuelas punteaban un ritmo, acompañado de taconeo, y se iniciaba el baile. No era un baile en pareja, la chica bailaba sola. El íntimo parentesco con el cante que acabábamos de oír era evidente; de hecho, también al baile se le llama flamenco. Algo característico de este baile, y también del cante, es su entrega sincera y apasionada, que nos transporta a lo más profundo del alma de estas gentes y crea un vínculo de afecto.


EN VALENCIA

Mucho nos costó despedirnos de nuestros amigos, que nos habían pedido que nos quedáramos con ellos a tomar unas cervezas. Se aproximaba la hora de partir; nos dirigimos a Valencia. Mientras realizaban unas formalidades, nuestros acompañantes nos dijeron que disponíamos de 2 ó 3 horas para ver la ciudad. Apenas tuvimos tiempo de visitar el centro, dar una vuelta por la plaza de Emilio Castelar y ver algunos de los edificios y monumentos más importantes. Sin embargo, lo poco que estuvimos en Valencia nos bastó para observar algunas cosas que nos sorprendieron considerablemente. Era la primera ciudad grande que conocíamos en España y esperábamos encontrar en ella, mucho más que en las pequeñas localidades en que habíamos ido parando, una atmósfera acorde con la situación de guerra. Cierto es que había grandes pancartas en que se podía leer: “No lo olvidéis, el frente está a 140 km de Valencia”, o llamamientos a donar sangre para los heridos en el frente, que recordaban la situación bélica que vivía el país. Pero en el ambiente parecía flotar una especie de indiferencia inconsciente, una actitud de arrogancia despreocupada frente al peligro, algo curioso, en cualquier caso, y difícil de definir para un recién llegado.
Milicianas

Un militar español que nos acompañaba, comunista, a quien procuramos transmitir nuestro asombro, nos dijo que nuestras impresiones tenían, en realidad, una base cierta. En la ciudad se percibía, claramente, la influencia de los anarquistas. “Lo cierto es que –prosiguió- mientras unos luchan como leones, movidos por un odio implacable hacia el fascismo, en otros no se puede confiar demasiado. No quieren saber nada de disciplina ni de organización, y si se les trata de explicar por qué ambas son necesarias, se enfurecen y le acusan a uno de ser un maldito burgués. No hay manera de entenderse con ellos. La República tiene bastantes problemas por su culpa porque, a menudo, los anarquistas encrespan los ánimos de la población con medidas económicas insensatas; otras veces, la toman con las tallas de santos y obras de arte de las iglesias, escandalizando tanto a los creyentes como a los librepensadores, y haciendo así el juego a la propaganda de los rebeldes, que echan la culpa a los comunistas. Afortunadamente, su influencia sólo es grande en algunas zonas. En el resto encontraréis a bastantes personas cuyo comportamiento, espero, consideréis que nos honra. No quiero elogiar a mi pueblo –añadió con una sonrisa-; ya os daréis cuenta por vosotros mismos de cómo son las cosas.”

Y, ciertamente, a medida que fuimos adentrándonos en el país –cuando entramos en contacto con la atmósfera heroica de Madrid y, más tarde, en los otros frentes de lucha-, comprendimos cuánta razón tenía.


LLEGAMOS A ALBACETE, BASE DE LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

Llegamos a Albacete un día soleado del mes de octubre. Pequeña ciudad agrícola de provincias, en otro tiempo, sin duda, monótona y aburrida, Albacete bullía entonces de animación por la presencia de cientos y cientos de hombres, la mayoría jóvenes, a quienes se oía hablar todas las lenguas de la Tierra.

Todo estaba por hacer; las condiciones de alojamiento y suministro eran lamentables. La ciudad, que carecía de edificios grandes, no estaba preparada para acoger de la noche a la mañana a los miles de voluntarios que llegaban diariamente. La guerra había estallado de sopetón, dando al traste con el trabajo pacífico de la República. Todos procuramos echar una mano –entre nosotros había gentes de todas las profesiones: mecánicos y electricistas, ingenieros y médicos, carpinteros, sastres, cocineros, etc.-; cada cual puso su grano de arena para que las cosas echaran a andar cuanto antes y comenzásemos la instrucción militar.

Si las autoridades españolas hacían frente, mal que bien, a las necesidades materiales de los brigadistas internacionales, se desvivían, en cambio, por crear un ambiente lo más acogedor posible.

Los amigos españoles se volcaban en honrarnos con su hospitalidad. Organizaron en nuestro honor diversos espectáculos. Nos maravillaron los versos de Lorca, Machado y Alberti, recitados en castellano. Conocimos más de cerca el extraordinario folclore español. Escuchamos, estremecidos de emoción artística, el turbador cante flamenco en el bello dialecto andaluz, porque

Quien dice cantares, dice Andalucía.12

Nuestros conocimientos sobre cante flamenco iban en aumento. Nos enteramos de que en cada provincia existían distintas variedades. Al escucharlas, nos costaba decantarnos por una u otra: la dramática malagueña, originaria de Málaga, las bellas granainas, cantadas en Granada, y las chispeantes alegrías de Sevilla. Nos encantaron los bailes ejecutados con arte y pasión sin igual, bailes vigorosos, telúricos, que punteaban la música con enérgicos taconeos y zapateados. Y, cómo no, nos invitaron a ver las famosas corridas de toros.


LA FIESTA BRAVA

Nos dijeron que bastaba con asistir a tres corridas de toros para hacer del presidente de una “sociedad protectora de animales” un ferviente aficionado a la tauromaquia. No puedo certificar la exactitud de semejante aseveración, pero sí afirmar que allí comprendí realmente qué era lo que atraía con tanta pasión a los españoles y a muchos otros pueblos, en especial latinoamericanos, a este espectáculo que también cautivó a Hemingway. No eran las sensaciones intensas provocadas por la visión de la sangre, la crueldad y la violencia de determinados lances –como se imaginan lo no iniciados-, sino el valor extraordinario, la sangre fría, el dominio de sí y la actitud de dignidad frente al peligro, una especie de desafío a la muerte, que caracterizan a los grandes toreros, auténticos artistas de genio.

Fuimos a nuestra primera corrida acompañados por los amigos españoles, quienes procuraron iniciarnos en la materia a los profanos. Los españoles distinguen entre el toro doméstico, equivalente al toro que nosotros conocemos y animal de poco interés, y el llamado toro bravo, destinado a la lidia. Los novillos se juegan en las corridas llamadas novilladas, en las que no se mata al animal. Por su parte, la clásica corrida de muerte tiene una gradación dramática y un final trágico. Son éstas las verdaderas corridas, que con tantos entusiastas aficionados cuentan. A una de ellas fue a la que nos invitaron.

Uno de nuestros acompañantes españoles, que resultó ser un auténtico erudito en la cuestión, trazó un esbozo histórico de la corrida, remontándose varios siglos antes de nuestra era. Desde entonces –nos decía-, los habitantes de la Península Ibérica habían practicado la lucha con toros, que tenía lugar, en aquel tiempo, en plena naturaleza: frente a frente, los hombres aprendieron a bregar con los toros salvajes y empezaron a revestir de un carácter especial lo que hasta entonces no habían sido más que partidas de caza. Gracias a su talento para pastorear toros, los antepasados de los catalanes de hoy lograron detener la invasión de los cartagineses y causaron la admiración de los romanos.

Con los años, se fueron perfilando la forma y las reglas de la corrida que, hasta el siglo XV, fue un juego aristocrático, practicado a caballo por los grandes señores. Así fue como hubo de demostrar su valor el Cid ante la bella Jimena. A partir de aquel periodo, la corrida se transformó en un juego popular, uno de los más apasionantes, pues los hombres veían en él una lucha entre inteligencia y valor, por una parte, y fuerza bruta, por otra. Por eso el pueblo llama también fiesta brava a la corrida –concluyó nuestro amigo su docta explicación.

-Me parece, sin embargo, un espectáculo bastante cruel y sangriento –replicó uno-. ¿No te termina dando pena este animal acosado y hostigado?

El aficionado a las corridas tenía la respuesta preparada.

-Quizá no hayas pensado nunca que el buey que se envía al matadero tiene menos oportunidades que un toro en la plaza. Y el buey es un animal manso, mientras que el toro… ¿Has intentado alguna vez tener una conversación amigable con alguno?

Reímos todos y en aquel ambiente de buen humor esperamos el comienzo de la corrida.

El anfiteatro, con gradas de piedra, rebullía de gente. La zambra creció cuando se produjo la entrada de los “actores” en el ruedo. Los toreros, los matadores y los banderilleros, vestidos con trajes multicolores y armado cada cual con sus correspondientes trebejos, hicieron el paseíllo seguidos de los picadores, a caballo. Iban en fila delante del alguacil, vestido de negro y portador de las llaves con que se abrían los toriles, patio donde permanecen encerrados los fieros animales. El público le aplaudió, pero más aplausos recibe el toro.

Para conquistar el favor del público, el hombre ha de bregar a brazo partido. Un torero miedoso, cobarde o torpe se convierte en el blanco de los más implacables denuestos.

Por fin, salió el toro al ruedo. El animal parecía desconcertado, sin saber dónde estaba. Al punto, no obstante, entraron en acción los matadores. Con sus capotes rojos, aparecían aquí y allá, provocando al animal y enfureciéndolo.

Nada más librarse de los matadores, se hacían cargo del toro los banderilleros. No son éstos quienes ejecutan la suerte decisiva, aunque su función es, en cualquier caso, bastante difícil y peligrosa. Con agilidad y pericia, el banderillero se situaba frente al toro y le azuzaba con unos palos multicolores, se acercaba a él, a riesgo de recibir una cornada, y le clavaba en el cerviguillo las banderillas, palitroques cortos rematados en una punta afilada en forma de arpón. El animal, excitado por el dolor que le causaban las banderillas en cada movimiento, enloqueció de furia. Se lanzó contra los caballos que montaban los picadores, quienes, de nuevo, lo castigaron con unas varas con las que lo mantenían a distancia.

Durante todo este tiempo, el torero, actor principal del espectáculo al que asistíamos, estudia al animal. Porque un buen torero no sólo debe ser valiente y diestro, sino también un perfecto conocedor de la psicología del bruto, pues cada toro tiene su propia manera de reaccionar. Es entonces cuando empieza el acto final, que termina con la muerte del toro, aunque, en ocasiones, resulta herido grave o incluso muerto el hombre. De la manera en que se desarrolla este último acto, de la elegancia de los movimientos del torero, de su habilidad y del modo en que da al animal la estocada de gracia depende el éxito de la corrida. La muerte del animal no debe parecer ni un ajuste de cuentas ni ser producto, tampoco, del bajonazo asustado de alguien que se defiende. Se debe realizar con honra.

Aquella tarde se lidiaron tres toros. Los “héroes” del drama que se presentaron ante nosotros no se contaban, sin embargo, entre las figuras más brillantes, y el público, que aplaude enfervorizado para mostrar su entusiasmo, también manifiesta abiertamente su ruidosa disconformidad siempre que el hombre o el animal no están a la altura.

-¿Qué os ha parecido la corrida? –nos preguntó a la salida uno de los amigos que nos acompañaba.

-Me he podido dar cuenta –dijo uno de nosotros- que, verdaderamente, las corridas son un espectáculo apasionante, tanto por lo que sucede en el ruedo, como en lo que tienen de psicología de las masas. En la corrida que hemos visto, confieso que a mí me han gustado los toreros que lidiaron en primer y en tercer lugar, aunque sus toros no me han parecido nada del otro mundo. En cambio, el segundo toro era un animal impresionante, pero el torero me dio la impresión de que era muy flojo.

-Por desgracia esta situación se da con bastante frecuencia. Nuestro pueblo tiene un dicho que la describe: Ya lo dijo Pepe Moros: cuando hay toros no hay toreros; cuando hay toreros no hay toros.

-Ahora que le he cogido el gusto a las corridas, espero tener ocasión de volver a asistir a una en que ambos contendientes den la talla.

Pero en todos los años de la guerra de España, nuestra “experiencia” se redujo a la corrida que vimos en Albacete.

Durante años, con frecuencia, he pensado sobre las corridas de toros. Me he preguntado más de una vez qué es la corrida –¿una lucha, un arte, una tragedia?-, sin poder dar una respuesta definitiva y clara. Al final he llegado a la conclusión de que tiene algo de todo ello: es lucha encarnizada, es una especie de ballet y es también una suerte de drama sacro. No es casualidad, en todo caso, que Goya escribiera en uno de sus famosos dibujos sobre Tauromaquia, “Antiguo divertimento de España”.


NOS PREPARAMOS PARA LA LUCHA

No obstante, nuestra estancia en Albacete fue, ante todo, un periodo de trabajo intenso e ininterrumpido con el propósito de realizar en las mejores condiciones aquello para lo que habíamos ido allí.

Una delegación de los voluntarios, compuesta por Luigi Longo, Pierre Rebière13 y Wisniewski, se
Andre Marty y Luigi Longo
presentó al presidente de la República española y al jefe del gobierno republicano. Los voluntarios, según recalcó la delegación, se ponían por entero y sin condiciones a la disposición del gobierno republicano y a las órdenes de su estado mayor, para luchar contra los generales rebeldes y el fascismo español e internacional.

Fue significativo el diálogo que tuvo lugar entre Martínez Barrio, representante del gobierno español, que quería conferir un carácter festivo al nacimiento de las Brigadas Internacionales, y una delegación de aquéllas:

-“¿En que condiciones quieren ustedes participar en nuestra lucha?”

Y la respuesta fue:

-“Nosotros no ponemos ninguna condición. Solamente deseamos que las Brigadas Internacionales sean consideradas como unidades subordinadas exclusivamente al gobierno y a sus autoridades militares y que sean utilizadas como fuerzas de choque en todos los lugares donde sea necesario.”

Los voluntarios asumieron un compromiso solemne que terminaba con las siguientes palabras:

“Estoy aquí porque soy voluntario y daré, si es preciso, hasta la última gota de mi sangre para salvar la libertad de España y la libertad del mundo entero.”

Comenzó entonces la organización de los voluntarios en las primeras unidades militares. Los preparativos se desarrollaron en condiciones extremadamente difíciles. En Albacete había representantes de 53 países. Iban a luchar codo con codo hombres que hablaban lenguas diferentes, con costumbres y gustos diversos. Era cierto, no obstante, que a todos los unía el espíritu del internacionalismo proletario, que allanaba el camino para encontrar una lengua común y facilitaba la resolución de muchos problemas. Para las cuestiones que tenían que ver con la ropa, la comida y los medios de transporte, sanitarios y quirúrgicos, los voluntarios contaban con la ayuda internacional. Para el resto, sin embargo, y en especial en lo referente a las armas, necesitaban la ayuda del gobierno español. La situación en materia de armamento era lamentable: era insuficiente en cantidad y, en calidad, más que responder a las necesidades de una guerra moderna, parecían piezas de coleccionista. Que ese estado de cosas fuera así se debía a la posición equívoca del gobierno de Largo Caballero, al sabotaje de los anarquistas y a la negativa de los gobiernos de Francia, Inglaterra y EEUU a hacer entrega a la República española de los pedidos de armas acordados previamente. Sólo la actitud heroica de los obreros españoles, que, movilizados por el partido, trabajaban día y noche para asegurar la producción de guerra, así como la ayuda de la Unión Soviética y México, lograron paliar, en parte, las carencias existentes.

A pesar de todas esas dificultades, los preparativos para organizar las unidades se desarrollaban en medio de una actividad febril. Así lo exigían las necesidades del frente y así lo exigía Madrid, ciudad que las fuerzas fascistas se disponían a cercar y a asfixiar.

Hacia finales del mes de octubre, había en Albacete entre 3.000 y 4.000 voluntarios. Se formaron varios batallones en los que se encuadró a los voluntarios según criterios nacionales: el “Comuna de París”, compuesto, en especial, por franceses y belgas; el “Edgar André”, que agrupaba, sobre todo, a alemanes y austriacos; el “Garibaldi”, integrado, principalmente, por italianos; y el “Dombrowski”, constituido por polacos. Con estos batallones, completados con la llegada de nuevos voluntarios, se crearon al poco tiempo las dos primeras brigadas internacionales, la XI y la XII.

También en el seno de esas unidades lucharon, al principio, los voluntarios rumanos que, en ese momento, se encontraban en España. Al primer grupo de rumanos, los que procedíamos de la emigración francesa, nos incorporaron a casi todos al batallón “Edgar André”, en el que, junto a alemanes y austriacos, también había voluntarios de los países escandinavos y balcánicos. Al resto de los rumanos, los que llegaron a España desde la patria a finales de 1936 o principios del año 37, se les destinó, inicialmente, a alguno de los batallones de las brigadas XI o XII, o a otras brigadas que se iban formando.

En esas unidades participaron los voluntarios rumanos en las primeras batallas de la defensa de Madrid. Fue entonces cuando su decisión de luchar hasta el final para aplastar al fascismo se cobró sus primeras víctimas, la sangre de los primeros y queridos camaradas caídos en sus filas. Al poco tiempo, comenzaron a combatir en unidades que se acababan de constituir, en cuyo seno intervinieron un mayor número de rumanos.

La ciudad de Albacete se convirtió en la base de las Brigadas Internacionales. Allí se organizó la mayoría de las unidades internacionales, en especial las de infantería.


CREACIÓN DE LA PRIMERA UNIDAD MILITAR RUMANA

La cuestión de la creación de una unidad rumana se discutió, por vez primera, a lo largo del mes de noviembre, durante la primera ofensiva fascista contra Madrid.

En Madrid, en la calle Velázquez, funcionaba por entonces el Comisariado de las Brigadas Internacionales, dirigido en aquel momento por Giuseppe de Vittorio, conocido en España como Nicoletti. De Vittorio fue muy sensible a las necesidades de cada grupo nacional de las Brigadas Internacionales. Allí, en la sede de la calle Velázquez, un día de noviembre, nos presentamos un grupo de voluntarios para solicitar su apoyo a la creación de una unidad rumana. De Vittorio nos prometió que tan pronto como llegara a España un mayor número de rumanos, se crearía esa unidad.

Pronto se tomó una medida importante en esa dirección.

“Como los voluntarios rumanos no tenían su propia unidad militar –escribe Luigi Longo-, la dirección de las Brigadas Internacionales decidió, el 15 de diciembre de 1936, en Madrid, que la unidad de artillería que se iba a adscribir a la XI brigada fuera rumana.”14

Hacia mediados del mes de enero de 1937 terminó de organizarse la artillería de la XI brigada. Se creó el grupo rumano de artillería, que, durante toda la guerra, llevó el nombre de “Ana Pauker”. A lo largo del conflicto, la estructura del grupo se fue modificando debido a las sucesivas incorporaciones de efectivos y a la renovación del armamento con numerosas piezas –algunas de ellas capturadas al enemigo-, hasta transformarse en un regimiento motorizado. Estaba integrado mayoritariamente por rumanos y franceses –al principio hubo un porcentaje más alto de franceses, si bien, con el tiempo, su composición varió sensiblemente por la llegada desde Rumanía de un gran número de voluntarios-, aunque agrupó en sus filas a hijos de otras doce naciones15.

La primera medida para crear la nueva unidad fue el nombramiento del mando y la constitución del estado mayor del grupo, a cuyo frente estaban varios voluntarios rumanos. El mando de las Brigadas Internacionales, representado por André Marty y Luigi Longo, se ocupó personalmente de la organización del batallón de artillería recién formado. A todos nos embargaba la emoción. Organizar y mandar una nueva unidad era una tarea muy compleja. Teníamos dudas y temores, pero los camaradas que dirigían la XI brigada, Hans Kahle y Ludwig Renn, hombres con gran experiencia en cuestiones militares, nos prometieron todo su apoyo que, como pudimos darnos cuenta, nos iba a ser de gran ayuda. También en la unidad había cuadros de confianza con los que podíamos contar. Si eran muchas las carencias en materia de armamento, de equipo, etc., el material humano, en cambio, era de la mejor calidad.

La unidad, inicialmente, se componía de dos baterías: la “Franco-belga”, cuyo comandante fue un técnico electricista del sur de Francia, Samuel Arbousset16, quien se distinguió en numerosas ocasiones por su valor; y la “Pasionaria”, mandada por Gaston Carré17, obrero metalúrgico de París de un arrojo extraordinario. Ambos eran comunistas y entregados en cuerpo y alma a la causa de la libertad y el progreso.

Además del grupo de rumanos llegados de Francia, se incorporaron a dicha unidad numerosos voluntarios que habían venido de Rumanía y que, en un primer momento, quedaron adscritos a otras unidades.

Tras los combates y la retirada de Aragón, se creó en el seno del regimiento rumano una nueva batería, a la que se dio el nombre de “Tudor Vladimirescu”18, héroe nacional de nuestro pueblo.

Nicolae Cristea fue nombrado comandante de la batería “Tudor Vladimirescu” y Andrei Roman, su comisario político. Las extraordinarias cualidades de Nicolae Cristea como hombre, comunista y soldado le señalaban ampliamente como la persona más adecuada para el puesto de comandante de la nueva batería.

En un principio, Cristea se incorporó a la batería “Pasionaria” del grupo rumano como simple servidor de cañón. En aquel momento, sus nociones en la materia eran bastante superficiales. Con la ayuda de Gaston Carré, que estaba absolutamente impresionado de la avidez de conocimientos necesarios para ser un buen artillero del comunista rumano, y con la de los suboficiales de la batería, Cristea se convirtió al poco tiempo en uno de los mejores oficiales del regimiento. En poco más de un año de su llegada a la unidad, había alcanzado ya el empleo de teniente. Hombre de férreos principios, muy exigente, mando a quien no temblaba el pulso, según sus camaradas de lucha, Cristea reunía en sí, además de estas dotes, una profunda camaradería, una enorme cordialidad, razón por la que en las filas de la unidad que dirigía no se dieron casos de indisciplina.

Entre los soldados de distintas nacionalidades que componían la unidad rumana, tan diferentes unos de otros en innumerables aspectos, surgió pronto un estrecho vínculo que hizo de ella un colectivo unido y eficaz.

Artilleros rumanos
Cuando se incorporó a nuestra unidad Zdeněk Přibyl, pintor checo que había vivido muchos años en París y que llegó a convertirse en uno de nuestros mejores suboficiales, tuvo la impresión de que no iba a llevarse bien con los rumanos. Přibyl, que se ganó de inmediato nuestra estima por su valor y el afecto de todos por su optimismo, sentido del humor y vitalidad, era un poco bohemio y nuestros chicos le parecían muy serios, adustos y poco accesibles.

“Cristea –escribía en su libro La Corrida19, recopilación de sus recuerdos de España que constituye, al mismo tiempo, una breve historia del regimiento rumano de artillería- no me gustó al principio. De un celo exagerado y permanente, ideologizado al 150 por cien, dotado de todas las virtudes humanas, Cristea me pareció demasiado perfecto para ser bueno.

Algunos años más tarde cayó combatiendo en la defensa de mi querido París: por eso lo sigo recordando hoy con gratitud.”

“En realidad –indicaba Přibyl más adelante-, existe una característica común. Los rumanos son soldados austeros: no beben, no fuman, y si aman, aman tan sólo sus ideales políticos y de clase. Muy fuerte debe de ser semejante amor, pues les llevó a superar todo tipo de obstáculos hasta terminar en nuestra batería.” Precisamente por ese amor apasionado a la libertad y a la justicia social, los voluntarios rumanos se hicieron querer por sus compañeros de armas y de ideas, hecho que queda reflejado también en el libro de Přibyl, quien, un cuarto de siglo después, se refiere a ellos como “camaradas a quienes nunca podré olvidar”.

El regimiento rumano de artillería vio surgir de sus filas a muchos militares de valía. La educación política recibida en la patria, el trabajo desarrollado por los comisarios políticos en el frente y en la retaguardia, el ejemplo personal de los comunistas, así como el heroico arrojo en la lucha del pueblo español y de los miles de voluntarios antifascistas ejercieron una poderosa influencia en los combatientes rumanos, que se puso de manifiesto en sus hechos de armas. Desde su creación hasta la retirada de las Brigadas Internacionales de España, no hubo acción de importancia en que el regimiento rumano de artillería no participase, ni misión que no cumpliera honrosamente. En el Jarama y en Guadalajara, en Brunete, en Quinto y en Belchite, en Teruel, en Aragón o en el Ebro, en todas partes donde estuvo, cooperó fructíferamente con las unidades de las brigadas españolas e internacionales, contribuyendo, de ese modo, a desbaratar muchos ataques fascistas, a romper las líneas enemigas y destruir sus posiciones, y al avance de las tropas antifascistas.

En el número de 20 de octubre de 1938 de la revista española Reconquista, dedicado a las Brigadas Internacionales y en el que se repasaba la trayectoria del regimiento rumano de artillería, se decía lo siguiente:

“Las oleadas de soldados mercenarios se vieron en numerosas ocasiones frenadas ante el fuego preciso de nuestra artillería; las enormes cantidades de piezas enemigas nunca redujeron al silencio a las nuestras.

El regimiento rumano de artillería fue de los que más se distinguieron, a pesar de las carencias materiales de que adoleció en un principio. Todo su material está compuesto de cañones tomados al enemigo; mientras nosotros avanzábamos, sus soldados preparaban al instante los cañones enemigos para disparar contra quienes, previamente, los habían utilizado y abandonado en su huida.”20

En sus apuntes sobre las unidades que dirigió, escritos entre mayo y junio de 1938, el general polaco Carol Świerczewski, llamado en España general Walter, comandante de la 35ª división internacional –de la que formó parte también, durante bastante tiempo, nuestro regimiento-, y conocido asimismo por su heroísmo y elevado nivel de exigencia, consideraba que el regimiento rumano de artillería “se cubrió de gloria, sobre todo, por el sorprendente valor de que dio muestra en combate. Fue una excepción absolutamente inusual, si no única, en la artillería española, ya que practicó, a gran escala, el fuego directo desde posiciones descubiertas sin detener un solo instante el fuego, ni siquiera bajo los bombardeos de la aviación enemiga, como ocurrió en numerosos combates cerca de Teruel…”21

Al poco tiempo, la unidad de artillería no fue ya la única formación rumana que luchaba en los frentes de las España republicana. Hacia mediados del año 1937, se crearon en el seno de las brigadas internacionales otras unidades rumanas.


LA FORMACIÓN DEL EJÉRCITO POPULAR REGULAR ESPAÑOL

Las fuerzas militares republicanas se encontraban por aquel entonces en pleno proceso de organización. El modo en que se había desarrollado la batalla de Madrid puso sobradamente de manifiesto la necesidad de un ejército regular que garantizase la victoria definitiva. No obstante, había en España bastantes dirigentes políticos, anarquistas y socialistas, de derecha y de izquierda, que, abiertamente o de tapadillo, se oponían a la creación del ejército regular. “España –argumentaban demagógicamente- es el país de los guerrilleros y, en modo alguno, necesita militares profesionales ni ejército regular”. Fue el Partido Comunista de España el que, enfrentándose a todas las fuerzas que se oponían a ello, impuso la idea de levantar un ejército regular. Sin embargo, el partido no se limitó a señalar la necesidad de crear un ejército nuevo, sino que se puso manos a la obrar para crearlo desde el mismo estallido de la guerra. Así es como nació el 5º Regimiento de Milicias Populares.

“El 5º Regimiento –se dice en la Historia del Partido Comunista de España- fue el embrión del Ejército del Pueblo, de tipo regular, por la creación y desarrollo del cual luchó con tenacidad incansable el Partido Comunista, y él echó en realidad los cimientos de los más importantes servicios que constituían la armazón de la nueva organización militar: Estado Mayor, Transporte, Enlaces, Intendencia y Sanidad.

En el 5º Regimiento empezó a aplicar el Partido Comunista su política orientada a resolver eficazmente uno de los más difíciles problemas planteados en el terreno militar: el de dotar de cuadros de mando al naciente Ejército del Pueblo.”22

Por todo el territorio de la República, el pueblo español ensalzaba con su canto las actividades del partido y de su valeroso vástago, el 5º Regimiento:

El Partido Comunista,
que es en la lucha el primero,
para defender a España
formó el 5º Regimiento.

Por aquellas fechas, el Comisariado de las Brigadas Internacionales también se preparaba para los enfrentamientos que se avecinaban. Mes y medio después de su entrada en combate, los efectivos útiles de las dos primeras brigadas se habían reducido a la mitad. Había, pues, que completarlas. Pero, ¿cómo, por qué vía? La solución a que llegaron el Alto Mando del ejército español y el Comisariado de las Brigadas Internacionales fue que las unidades de estas últimas se reforzaran con españoles. Entretanto, el gobierno español había impuesto el servicio militar obligatorio y adoptado toda una serie de medidas para ampliar la recluta de soldados entre los reemplazos que aún no habían sido llamados a filas. De este modo, los españoles recién alistados se incorporaban a unidades que ya habían combatido, más organizadas y en cuyas filas militaban probados revolucionarios. Asimismo, estas nuevas medidas sirvieron para estrechar aún más las relaciones entre los españoles y los voluntarios antifascistas venidos de todos los países del mundo.

Sobre esta estructura mixta se formaron nuevas unidades internacionales en el periodo que siguió a la primera batalla de Madrid. A las brigadas XI y XII, rehechas y completadas con militares españoles, se unieron las brigadas XIII, XIV y XV, y, más adelante, la 129ª brigada, así como las unidades de artillería. Esa misma estructura tuvieron, igualmente, las nuevas unidades rumanas creadas más tarde.


NUEVAS FORMACIONES MILITARES RUMANAS

Desde Albacete, un grupo más numeroso de rumanos, llegados a España entre marzo y abril de 1937, fue enviado a Almansa, centro de instrucción de artilleros. Allí, en el seno del batallón balcánico de artillería pesada, se formó el mes de mayo otro grupo rumano de artilleros, que adoptó el nombre de “Gheorghe Gheorghiu-Dej”.

Además de rumanos, en las tres baterías del batallón balcánico lucharon voluntarios polacos, checos, búlgaros, yugoslavos, estonios y letones. Las diferencias de lengua no fueron óbice para el buen entendimiento, ni tampoco impidieron una perfecta cooperación y una estrecha camaradería con los militares españoles o con la población civil. En esa cohesión radicaba una de las razones de la fortaleza de la unidad, que se enfrentó con éxito a operaciones y situaciones sumamente difíciles. De hecho, el batallón balcánico fue la única unidad internacional de artillería pesada que operó bajo mando de las unidades españolas a lo largo de las decenas de kilómetros del frente de Extremadura.

Comenzaron a llegar a España más y más voluntarios rumanos. Una parte de ellos fue enviada al centro de instrucción de Casas Ibáñez. “Cuando yo llegué a ese centro de instrucción éramos pocos los rumanos –escribía el voluntario Niță Aron-. De pronto, empezaron a venir… y con ellos, a crecer nuestro grupo. Cada recién llegado traía con él un soplo del aire limpio y sano de nuestros montes, y el sonido armonioso de la lengua materna. Y así, aquel grupito insignificante ha terminado por convertirse en un bloque compacto y numeroso de rumanos que hacen resonar por los pueblos de España sus cantos revolucionarios y sus doine23, motivo de admiración de la población local y de los dirigentes políticos y militares, quienes, al escucharnos, se nos acercan como si fuéramos sus hermanos. Es más, esos dirigentes están impresionados por la disciplina, la inteligencia, las ganas de aprender y de luchar de nuestro grupo. Nuestros deseos de lucha son explicables. Deseamos vengar a nuestros camaradas martirizados en las mazmorras de las cárceles rumanas. Deseamos ayudar al pueblo español y a su clase obrera… Queremos aportar nuestra contribución de energía, valor y abnegación a la causa de la paz, amenazada por el fascismo, y a la salvación del pueblo español.”24

Poco tiempo después de la creación del grupo rumano de artillería del batallón balcánico, se formó en el seno del batallón “Djakovic” una compañía de voluntarios rumanos, la 4ª compañía de ametralladoras. Posteriormente, también en el batallón “Djakovic”, se organizó una nueva compañía rumana, en este caso de fusileros. En recuerdo de las duras huelgas de los ferroviarios rumanos acaecidas en 1933, los voluntarios decidieron que la nueva compañía se llamase “Grivița Roja”25. El ferroviario Mihai Burcă fue nombrado comandante de una de estas unidades rumanas. Al principio, el batallón “Djakovic” perteneció a las XV brigada internacional. Tras la creación de la 129ª brigada, dicho batallón, junto con otros dos, formados en su mayoría por voluntarios de los países balcánicos, se incorporó, reorganizado, a las filas de la nueva brigada.

Los voluntarios rumanos de las otras unidades militares recibían con gran alegría la noticia de la formación de nuevas unidades rumanas. El regimiento rumano de artillería saludó fraternalmente la creación de la compañía “Grivița Roja” con el siguiente mensaje:

“En nombre del regimiento rumano de artillería, os enviamos nuestro saludo de infatigable combate y os expresamos nuestro convencimiento de que cumpliréis siempre vuestro deber de luchadores por la libertad universal.

Portáis en vuestra bandera el nombre de la heroica Grivița Roja. Representáis, con el regimiento rumano de artillería, el grupo de artilleros “Gheorghiu-Dej” y el resto de voluntarios rumanos, a nuestro mismo pueblo, sus tradiciones revolucionarias y sus aspiraciones más sagradas.

La tarea que hemos asumido de combatir al fascismo junto al heroico pueblo español no es fácil; sin embargo, nuestra convicción inconmovible en la grandiosa causa de la clase obrera y el pueblo rumano, y el recuerdo inolvidable de los camaradas caídos como héroes en las trincheras de la democracia mundial nos llenan de valor. Seamos dignos de nuestro pueblo, al que representamos. Seamos dignos de nuestros camaradas caídos en la lucha.

¡Luchar hasta la victoria!

¡Salud!”26

No se puede hablar de las unidades rumanas integradas en las Brigadas Internacionales de España sin citar una pequeña formación de voluntarios que luchó en marzo de 1938 en el frente de Aragón. Se trató de un grupo de rumanos que no llegó a incorporarse a la 129ª brigada y que constituyeron una formación de combate dotada de ametralladoras ligeras, adscrita a una compañía compuesta, en su mayoría, por soldados españoles y yugoslavos. El comandante del grupo fue el voluntario rumano Francisc Wolff-Boczor, caído como un héroe, posteriormente, en la resistencia francesa. En dicho grupo combatieron asimismo en aquel periodo Ion Călin, miembro del comité del partido del sector IV Verde de Bucarest, Mihai Chilimnic, etc.

Gracias a la actitud partidista que Wolff-Boczor, Călin y otros imprimieron al grupo, éste se distinguió por el arrojo con que llevó a cabo las misiones más complicadas.

Los comandantes del batallón y de la compañía sabían que podían contar, en todo momento, con aquel puñado de hombres. Siempre que había que efectuar diferentes misiones de reconocimiento, combate o patrulla, se recurría al grupo de Francisco, como llamaban los españoles a Francisc Boczor. Tras el final de la guerra de España, casi todos los camaradas de aquel grupo se sumaron a la lucha de resistencia del pueblo francés, perdiendo la mayoría la vida en ella.

En la segunda mitad de 1938, tras los combates en Aragón, un grupo compacto de rumanos participó activamente en la gran ofensiva del Ebro, encuadrado en el batallón divisionario de la 45 división. A él se incorporaron una parte de los soldados rumanos que integraba la pequeña unidad que he mencionado más arriba y unos cuantos procedentes de la compañía “Grivița Roja”, aunque la mayoría la componían voluntarios que acababan de llegar a España. Se trataba de quienes, debido a la intensificación de las medidas represivas tomadas por la burguesía de todos los países para impedir la solidaridad con la lucha del pueblo español, se encontraron con enormes dificultades para cruzar Europa, llegando a España algunos de ellos más de un año después de su salida de Rumanía.

Además de estas unidades en que combatieron cientos de voluntarios rumanos, los había también en casi todas las brigadas internacionales. Había especialistas, médicos y enfermeras en los hospitales de la retaguardia y, sobre todo, en las unidades sanitarias del frente; había químicos en las secciones de guerra antiquímica; había ingenieros en tareas técnicas; y oficiales en el estado mayor. Allí donde hubo voluntarios rumanos, se distinguieron por su disciplina, su valor y su determinación. Ya vinieran del torno o de la esteva del arado, de un laboratorio o de las bancadas de la universidad, aprendieron todos con pasión la técnica militar y frente al enemigo se comportaron heroicamente.


ALGUNAS PALABRAS SOBRE EL ARMAMENTO

No está de más recordar que las tropas republicanas hubieron de enfrentarse, en todo momento, con un enemigo superior en número y pertrechado con los más modernos medios técnicos de guerra. El heroísmo de quienes lucharon en defensa de la libertad de España es tanto más evidente cuanto se es consciente de qué armamento disponían, en general, los ejércitos republicanos y de cómo estaban armadas las Brigadas Internacionales, sobre todo, en la primera parte de la guerra, cuando rechazaron las varias ofensivas que lanzaron los fascistas contra Madrid, e incluso posteriormente.

Nos referiremos sólo a las unidades rumanas porque la situación era la misma que la de las otras unidades.

Cuando se creó nuestra primera unidad, el grupo rumano de artillería, al principio carecíamos de… piezas de artillería. El abastecimiento de armas se realizaba, en parte, de un modo fuera de lo común que, con el tiempo, se convirtió en habitual en la práctica de nuestro regimiento: con las armas capturadas al enemigo. El ingenio con que nuestros voluntarios hacían frente a las adversidades es digno de mención. Para la instrucción de los voluntarios en el periodo en que aún no disponía de armamento, Nicolae Cristea fabricó un cañón de madera en el que sólo el instrumental de puntería era auténtico. Con aquel cañón les enseñó cómo montar una pieza para disparar, cómo apuntar, etc.

Los miembros del grupo de artilleros rumanos del batallón balcánico, cuando vieron por vez primera el armamento de que disponía la unidad, se preguntaron, y con razón, si no se habría utilizado ya en las campañas contra Napoleón. A pesar de ello, no se desanimaron. El voluntario rumano Johan Schmidt, cerrajero de precisión, y otros, introdujeron una serie de rectificaciones en los cañones, y aquellas piezas, destinadas al asedio de fuertes, quedaron adaptadas a la lucha en campo abierto.

Es fácil entender que la instrucción militar, en especial durante las primeras semanas después de nuestra llegada a Albacete, se resintiera considerablemente por la falta de armamento. Además, entre los voluntarios no todos habían hecho el servicio militar: algunos jamás habían tenido un arma en sus manos, lo que hacía absolutamente necesaria una instrucción intensiva.

Esa carencia de armas limitó nuestra instrucción a las marchas, a marchas interminables. El grupo de rumanos seguía creciendo con quienes iban llegando a España, como Iosif Bălan, Armand Conta, etc., pero la “instrucción” seguía siendo igual de monótona e ineficaz: una y otra vez, «¡De frente, marchen!»; una y otra vez, «¡A formar!»; una y otra vez, «¡Descansen!»... De puro aburrido que era, a partir de cierto momento empecé a no dar pie con bola. Mihai Ardeleanu se partía de risa cada vez que, al hacer media vuelta, me daba de bruces con él.

-¡Eh! –me decía-, que así no vas a llegar nunca a militar.

-¿Por qué, Mihăiță27?

-Pues porque no eres capaz de marchar como todo el mundo.

***

En la difícil situación en que se encontraba la República española, la ayuda soviética en armas, alimentos o material sanitario, ayuda que los voluntarios rumanos notaron directamente, fue de un extraordinario valor para los combatientes republicanos.

Se me ha quedado grabado en la memoria un suceso acaecido en Albacete hacia finales del mes de octubre de 1936. Acababa de aparecer en la prensa la declaración efectuada por el gobierno soviético en el Comité de No Intervención de Londres. En ella se señalaba que, ante la intervención italo-germana, la Unión Soviética no se consideraba ya obligada por las decisiones de dicho comité y se reservaba la libertad de actuar como estimase oportuno en relación con la ayuda a España. Un grupo de voluntarios, entre quienes estábamos nosotros, los rumanos llegados de París, nos encaminamos hacia la estación. Allí nos llamó la atención un largo tren de vagones-plataforma: en cada vagón había un tanque, y junto a cada tanque, un joven fornido y rubio. Gratamente sorprendidos, nos acercamos a los jóvenes tanquistas y tratamos de enterarnos de quiénes eran y de dónde venían.

En nuestro grupo había hombres de las más diversas nacionalidades, de modo que nos dirigimos a los jóvenes sucesivamente en francés, alemán, español, inglés, italiano… Pero no recibimos respuesta alguna. Le dije entonces a Vlad:

-Tú sabes ruso… anda, intenta hablarles en ruso.

Vlad se dirigió a ellos en dicha lengua y el resultado fueron algunas discretísimas sonrisas que nos bastaron para hacernos cargo de la situación. Poco tiempo después, cuando llegamos a Madrid, atacamos las posiciones fascistas cubiertos por aquellos tanques.

El pueblo español y los brigadistas internacionales recibían el apoyo más diverso de los trabajadores de todo el mundo, incluido el de los obreros de los países fascistas. En el núm. 42 de 26 de diciembre de 1937 de la revista rumana Reporter, se publicó una carta de un voluntario rumano en España en la que describía una de las formas de esas acciones de solidaridad internacional:

“(…) empiezan a llegar los obuses fascistas hasta nosotros, han recorrido una distancia de decenas de kilómetros, obuses que pesan 50 kg, que cuestan mucho y que caen a 10, a 20, a 50 metros de nosotros… y no explotan.

No significa ello que las fábricas italianas y alemanas no tengan buenos directores e ingenieros. Somos nosotros, que estamos en todas partes. Nuestros hermanos de fatigas, nuestros camaradas de lucha están allí donde existe explotación, terror y opresión nacional.

Así, en esos obuses, nos envían nuestros camaradas su saludo. Después de desmontados, en lugar de pólvora encontramos paja, arena y, muchas veces, billetes con el siguiente contenido: «Saludos de los camaradas alemanes de la fábrica de munición. Abajo el fascismo. Saludos fraternos» y otros similares.”28

Desgraciadamente se trató de casos aislados, como se vio más tarde, durante la II Guerra Mundial.


PERFILES DE HÉROES

Aunque desde el punto de vista del equipamiento militar el ejército republicano estuvo siempre en una situación precaria, contó, sin embargo, con una dirección militar de gran valor.

El Partido Comunista de España fue un plantel de luchadores. De sus filas, de las filas del 5º Regimiento, creado por el partido, surgieron prodigiosos mandos militares, combatientes de valor extraordinario como Modesto, Galán, Mera, Cordón, Márquez, Juanito y muchos otros que, en las durísimas condiciones en que luchaban los republicanos, consiguieron brillantes victorias frente a los fascistas. Se hicieron ciertas las palabras de Henry Barbusse: “En cada comunista hay algo de soldado y de maestro, y si hace falta un héroe, allí está él”. Innumerables patriotas españoles, hombres sencillos del pueblo o intelectuales, se distinguieron en la lucha contra los rebeldes y sus aliados por su heroísmo y su talento en la dirección de las tropas republicanas. El folclore español se enriqueció con incontables poesías y canciones en las que se ensalzaban sus hazañas.

También las Brigadas Internacionales contaron con mandos cuya enorme competencia militar condujo a los luchadores por la libertad a gran número de victorias. Entre ellos me referiré, en primer lugar, al general Walter, comandante de la 35ª división internacional, que fue a quien mejor conocí.

El general Walter, Carol Świerczewski, de origen polaco, había participado ya, siendo adolescente, en el movimiento obrero de Polonia. Durante los años de la Revolución estuvo en Rusia, en las filas del Ejército Rojo, luchando contra los intervencionistas. Más tarde fue profesor en la Academia Militar de Moscú. Al estallar la guerra en España, adonde llegó como voluntario, puso de inmediato sus preciosos conocimientos militares al servicio de la República española. Por su extraordinario valor y por sus cualidades de comandante militar, su figura quedó grabada en nuestra memoria como un héroe legendario. Y así, como héroe legendario, entró el general Walter en la historia de los pueblos y de la lucha por la libertad29.

“El general Walter –escribía uno de sus camaradas de lucha- siempre consideró que en los momentos difíciles, cuando todo parece perdido, el ejemplo personal de heroísmo del mando se vuelve determinante; por eso, siempre estaba allí donde la situación era más dura… Así le vimos durante la defensa de Madrid y la ofensiva fascista en el río Jarama, cuando el fuego encarnizado de la artillería alemana amenazaba con romper el frente republicano… Así sucedió, por último, en Aragón, durante la retirada de abril de 1938, cuando, desde un coche blindado, acompañado de su ayudante de campo, organizó con las unidades desperdigadas la defensa de una nueva línea.”30

Los voluntarios del regimiento rumano de artillería han conservado especialmente vivo el recuerdo del modo en que actuó durante los combates del Jarama. En un momento de pánico general, se subió a un tanque y comenzó a avanzar hacia las posiciones enemigas. Con sólo verle erguido e inmóvil sobre el tanque, los brigadistas internacionales recobraron la fortaleza de ánimo y se lanzaron a ocupar las primeras líneas.

Cuando le dijeron que se había expuesto a un enorme peligro, dándole a entender que los republicanos no podían permitirse el lujo de perder a militares tan experimentados como él, explicó con modestia: “Lo sé y tenéis razón, pero también sé que mil consejos no valen lo que vale un solo ejemplo. Y éste, precisamente, era el momento de dar ejemplo…” Cuando le preguntaron, más tarde, qué arma consideraba que era la mejor en la guerra de España –la artillería, la infantería, la aviación, etc.-, tras pensarlo unos instantes, respondió:

-La experiencia de la guerra de España demuestra, nuevamente, que la mejor arma en la guerra es el hombre.

En realidad, de las condiciones terriblemente difíciles de la guerra de España surgieron tantos comportamientos admirables y de tantos combatientes republicanos, que, con justa razón, se puede afirmar que el heroísmo alcanzó proporciones masivas. En España se puso de relieve, una vez más, lo justo del dicho que afirma que las adversidades doblegan a los débiles y curten a los fuertes, del mismo modo que un martillo rompe un vaso y templa el acero.


EJÉRCITO DEMOCRÁTICO, DEMOCRACIA EN EL EJÉRCITO

Aquel espléndido militar comunista fue de gran ayuda para los voluntarios rumanos. Además del papel que desempeñó en la formación de los cuadros militares rumanos, apoyó en todo momento y eficazmente a nuestro regimiento de artillería, que luchó bajo sus órdenes. Allí, en el frente, en el fragor de los combates, mostraba a los voluntarios, en la teoría y en la práctica, cómo debía cumplir su misión de militar y político un mando de ejército de nuevo tipo.

Recuerdo ahora una escena acaecida entre la batalla de Brunete y la de Quinto. Descontento, aparentemente, por la indecisión que había observado en uno de los oficiales a la hora de cumplir una de sus órdenes, comenzó a explicarnos cómo concebía él la democracia en un ejército popular, en tiempo de guerra.

Enjuto más que delgado, enfundado en un capote de piel, con la gorra calada en una cabeza rapada al cero, su figura, de rasgos acentuados, parecía fundida en bronce. Nos habló en términos concretos, sin ningún matiz de didactismo, punteando su discurso con alguna que otra broma, con alguna digresión irónica.

-Consideremos la situación a este respecto. Supongamos que la división recibe una orden operativa del mando superior. Yo estoy obligado a elaborar un plan de combate.

De acuerdo con los principios democráticos, las cosas se desarrollarán del modo siguiente: reuniré a todos los mandos de la brigada, a los jefes de estado mayor, etc., les expondré de qué se trata y les consultaré sobre el plan que voy a elaborar. Cada cual será libre de expresar su parecer, de indicar cómo ve la organización y el desarrollo de la operación, así como de participar en la discusión de los distintos puntos de vista. Por último, a partir de vuestras sugerencias, decido la variante definitiva y expongo el plan operativo, con arreglo al cual se transmiten las órdenes a las diferentes unidades.

Sin embargo, desde el momento en que comienza la operación en que toma parte la unidad, ya no admito discusiones. Mis órdenes se deben ejecutar sin vacilar, porque soy yo31 quien responde de la marcha de las operaciones. Si en la fase de elaboración del plan de acción solicito vuestro parecer, sabed que durante la operación no hay más que obedecer las órdenes.

Tras estas palabras se detuvo, nos miró para ver nuestra reacción y siguió diciendo:

-Una vez concluida la batalla nos reunimos de nuevo y analizamos cómo se han desarrollado las cosas. Entonces podéis criticarme si os ha parecido que no he dirigido bien la acción. Es más, os pido que lo hagáis, e inmediatamente. Si vuestras críticas son justas, las aceptaré. Así entiendo yo la democracia en nuestro ejército en tiempo de guerra.

Al observar una sonrisa en mis labios que él debió de considerar maliciosa, añadió con otra igual de maliciosa:

-Observo en algunos de vosotros caras de cierto escepticismo sobre lo que acabo de deciros. Puedo aseguraros con total sinceridad que es así como veo yo el problema. Quiero creer que no me hago sospechoso, a vuestros ojos, de compartir la concepción de Napoleón a este respecto. No. Como sabéis, su idea de la “democracia” se reducía a lo siguiente: “Escucho a todo el mundo, pero hago lo que decido yo solo”. Espero que no se me acuse de tal cosa –añadió riendo de buena gana.

Más tarde, dirigiéndose en especial a los más jóvenes, señaló:

-Aprecio extraordinariamente a quienes actúan en combate como hay que hacerlo, a quienes se distinguen por su comportamiento ejemplar y heroico. De ellos hablaré siempre con consideración. Es más –añadió-, pondré mi coche a su disposición para que vayan a Madrid a distraerse un poco. La juventud tiene sus leyes y exige sus derechos…

¡Qué admirable comandante! ¡Cuánto se podía aprender de aquel hombre! No me cabe la menor duda de que muchos de quienes le conocieron de cerca se sienten, aún hoy, en deuda por el ejemplo que de él recibieron y las experiencias que compartieron a su lado.

Siempre estaba allí donde la situación era más grave, donde mayor era el peligro, donde se decidía la suerte de la batalla. Se ocupaba de los problemas más importantes, de los más difíciles de resolver, con una energía que ningún otro habría podido desplegar. Cuando se solucionaba un problema, no perdía un instante recreándose satisfecho en la contemplación de los resultados. Era tema arreglado. Y con la misma energía y la misma determinación de hacer bien las cosas, dirigía toda su atención a otro asunto.

-Es fundamental –nos aconsejaba- que os concentréis siempre, con toda vuestra capacidad, en el problema más importante. ¡No disperséis vuestras fuerzas! Calculad bien la dirección del ataque; si habéis conseguido el objetivo principal, los otros se resolverán con mayor facilidad.

Y no pocas veces tuvimos ocasión de darle la razón.

Los voluntarios rumanos que combatieron en la XII brigada internacional recuerdan con especial cariño y admiración a Máté Zalka, llamado en España general Lukács. Conocido escritor húngaro, Máté Zalka era también un viejo luchador por la libertad. Oficial de húsares del ejército austrohúngaro en la I Guerra Mundial, había luchado en defensa del primer Estado socialista en las filas del joven Ejército Rojo durante la guerra civil. La guerra de España, “aquel imán de héroes”, le atrajo desde los primeros días. Allí organizó y dirigió a los brigadistas internacionales en la defensa de Madrid, en las batallas de Majadahonda, el Jarama, Guadalajara… En el frente de Huesca, en el verano de 1937, un proyectil enemigo acabó con su vida, dedicada generosamente a la causa de la libertad y el progreso.

Hans Kahle, comandante de la XI brigada, Ludwig Renn, el jefe de su estado mayor, Heinrich Rau, durante un tiempo su comisario político y, más tarde, su comandante, así como muchos otros mandos de las Brigadas Internacionales, emisarios del movimiento obrero mundial, también contribuyeron con sus conocimientos militares y su elevada talla moral a la formación de cuadros militares de valía.

Junto a los mandos, es menester subrayar igualmente el papel fundamental de los comisarios políticos en la transformación de las unidades militares en unidades modélicas por su organización, iniciativa, cohesión y capacidad de combate. En muchas ocasiones, en los momentos difíciles, asumieron el mando de dichas unidades en lugar del comandante desaparecido. Y no pocos fueron los que encontraron la muerte, muerte gloriosa, en el campo de batalla.

Los comisarios políticos de las unidades rumanas, apoyados por los organizadores del partido, mantuvieron alta la moral de los soldados, explicándoles el objetivo de la guerra y la importancia de cada acción militar, contribuyeron a resolver las decenas de dificultades que surgían a diario y colaboraron, hombro con hombro, con los mandos militares.


EDUCACIÓN POLÍTICA: UNA ESCUELA DE VALENTÍA

En el seno de las unidades internacionales se prestó una atención preferente al trabajo político. Los voluntarios rumanos, educados por el partido, llegaron a España rebosantes de entusiasmo y de fervor revolucionario. Pero ese entusiasmo había que conservarlo en las situaciones más duras. En algunas fases, se trasladaba a los voluntarios de un frente a otros sin un minuto de descanso. Las dificultades no se limitaban a la falta de armamento: a veces, no había comida o no había tabaco, otras, bajo un calor abrasador, faltaba el agua… Sólo gracias al trabajo político concreto y vivo, y a la tenacidad de los comunistas, los voluntarios no se dejaban vencer por el desánimo producido por los malos momentos y mantenían la moral alta.

Los voluntarios debían aprender a no exponerse inútilmente cuando, llenos de valor, hacían frente al enemigo. Los comisarios políticos se esforzaban por demostrar que el arte de la guerra no consistía en dejarse matar, sino en destruir al adversario con las menores pérdidas posibles.

En especial durante los primeros días, cuando los fascistas atacaron Madrid, los combatientes republicanos, convencidos de que la suprema contribución a la defensa de la República era dar la vida en combate, no adoptaban ninguna medida de protección. “Es importante, esencial, no morir por las buenas –les explicaban continuamente los comisarios políticos-, sino obtener victorias.” Había que insistir machaconamente a los soldados en lo necesario que era realizar obras de acondicionamiento y fortificación del terreno desde el momento mismo en que ocupaban una posición, por cansados que estuvieran, porque, en última instancia, el resultado concreto de esa labor significaba salvar muchas vidas.

A las tensiones de las fases de lucha seguían, en ocasiones, periodos, más cortos, ciertamente, de calma. Entonces, los voluntarios eran enviados, de vez en cuando, a la retaguardia para descansar. Durante esos periodos, además de la instrucción militar, que no se interrumpía, se desarrollaba una intensa actividad cultural. La organización de una fiesta representaba una distracción agradable, una oportunidad bienvenida de esparcimiento para los voluntarios que contribuía a mantener la moral alta. Permitía, al mismo tiempo, dar a conocer a los combatientes de otras naciones y a la población civil española la belleza de nuestros cantos populares y el genio creador del pueblo rumano a miles de kilómetros de la patria.

El diario El combatiente32, editado en el frente, y los periódicos murales de nuestras unidades militares desempeñaron también un papel destacado en la educación política de los voluntarios rumanos. Los periódicos de la batería “Tudor Vladimirescu”, de la compañía “Grivița Roja” y del grupo de artilleros del batallón balcánico hablaban de los hechos de armas de nuestras unidades en los distintos frentes de la España ensangrentada, de nuestros valientes soldados distinguidos en el orden del día, de actitudes ejemplares o que debían ser combatidas, de su vida dura pero, a un tiempo, maravillosa, puesto que hacía brotar lo mejor del alma humana.

El trabajo político realizado día a día, labor de lo más diversa, transformó nuestras unidades en colectivos bien cohesionados, que actuaban como un solo hombre, guiados por una única voluntad. Las consecuencias políticas de ello se dejaron sentir, sobre todo, después de que se llevara a la práctica la decisión de que los voluntarios comunistas de todos los países se convirtieran en miembros del Partido Comunista de España, durante su estancia en dicho país. La dirección y guía inmediatas de todos los comunistas por el Partido Comunista de España estrechó el nexo entre el trabajo político y la lucha por la victoria sobre el fascismo.

Desde posiciones de firmeza en los principios, los voluntarios rumanos pudieron desenmascarar y aislar a tiempo a Vîlceanu, a quien la Siguranță había logrado infiltrar en sus filas. Nuestros voluntarios pusieron al descubierto las provocaciones urdidas por este personaje, sus soflamas chovinistas y sus intentos de desbaratar las unidades rumanas, acciones todas ellas hostiles y paralizantes. Del mismo modo, la gran mayoría de los voluntarios de la 4ª compañía de ametralladoras y de la compañía “Grivița Roja” se enfrentaron resueltamente a ciertos elementos derrotistas cuando éstos trataron de quebrar la fe de los brigadistas internacionales en sus propias fuerzas, al igual que cuando difundieron rumores con el propósito de desmovilizarlos. El ambiente de fidelidad a los principios y de disciplina y entrega creado por los camaradas más avanzados, a cuyo frente estaban los comunistas, hizo posible solventar rápidamente las dificultades causadas por varios elementos hostiles y derrotistas, así como por los pocos indecisos en quienes lograron influir durante un tiempo.

La ejemplar conciencia comunista, que se percibía en todo momento, ejerció una poderosa influencia en los voluntarios rumanos. Entre ellos, algunos habían llegado de Rumanía siendo simpatizantes. Allí, en España, se convirtieron en miembros del partido comunista, honor del que se hicieron acreedores por su actitud y sus hechos de armas.

Pero la influencia de los comunistas rumanos era más amplia, pues rebasaba el círculo de sus propios compatriotas y alcanzaba a otros combatientes. Ya he señalado que, en cierto momento, las unidades rumanas y el resto de unidades internacionales se completaron con militares españoles, normalmente jóvenes reclutas, entre los que era frecuente que hubiera anarquistas. Los voluntarios rumanos habían aprendido español para poder entenderse y confraternizar con ellos. Los españoles los trataban con cariño y respeto. Al cabo de un tiempo, los comunistas rumanos tomaron la iniciativa de organizar reuniones de partido abiertas a las que invitaban también a los anarquistas. Allí, al borde de las trincheras, en las noches más tranquilas, se entablaban animadas conversaciones en las que se discutían problemas teóricos o se comentaban, con arreglo a los principios, ciertas actitudes y comportamientos. Muchos anarquistas, al tomar conciencia de sus errores, se pasaban a las posiciones marxistas-leninistas. Entre ellos figuró, en la compañía “Grivița Roja”, el propio secretario anarquista de la unidad, un teniente, fervoroso patriota caído en combate como un héroe.

También en otras unidades se dieron situaciones similares. En el batallón divisionario, el trabajo político realizado por los rumanos, junto al desarrollado por los comunistas españoles y de otras nacionalidades, tuvo como resultado un comportamiento ejemplar de los anarquistas de la unidad, tanto en el frente como para con la población civil, situación excepcional respecto a la actitud habitual de éstos.

Llevar a cabo un trabajo político con resultados positivos entre los anarquistas no era, en modo alguno, tarea sencilla, pero actuar en ese sentido era algo absolutamente necesario, puesto que en las filas anarquistas habían arraigado ciertos hábitos que, en ocasiones, ponían en peligro la capacidad de combate de algunas unidades al completo.

A este respecto, me viene a la memoria la siguiente conversación que mantuve con mi chófer Ángel –mi querido Ángel, a quien con tanta emoción y admiración sigo recordando, y al que tendré ocasión de referirme más adelante-, un día que, aprovechando un periodo de calma en el frente, fuimos a Madrid para resolver unas cuestiones administrativas.

-Ahora volveremos a tener grandes “pérdidas” en las filas anarquistas –me dijo de repente.

-¿Y por qué precisamente ahora, que el frente está más tranquilo? –le pregunté extrañado.

-Es que me acabo de acordar de las víctimas gloriosas del sindicato de la piel y de su estrechísima colaboración con los milicianos –me respondió entre risas.

-Pero, ¿qué quieres decir? No te entiendo.

-Sí, hombre, sí. En cuanto decaen los combates, empiezan a circular los permisos de visita… a los “sindicatos del placer”; así es como entienden ellos que se recompensa la valentía de sus hombres. ¡Pero si hasta han llevado a mujeres al frente, haciéndolas pasar por milicianas! ¡Si es que!... Y luego, cuando se los necesita de verdad, están en el hospital, tratándose de… ya me entiende… de venéreas…

En algunos sitios, los anarquistas habían comenzado a reivindicar “la jornada de lucha de 8 horas” y cosas por el estilo, de manera que el problema de su educación era una cuestión ciertamente importante y cualquier resultado en ese sentido, motivo de satisfacción.


FRATERNIDAD EN LA RETAGUARDIA: EL “DISCURSO” DE NICOLAE POP

Entre los voluntarios internacionales y la población civil española se establecieron durante la guerra vínculos estrechos. En los periodos de descanso, en la retaguardia, los voluntarios rumanos tuvieron la oportunidad de conocer más de cerca a aquel pueblo maravilloso que habían ido a defender. Aquellas mujeres y ancianos, llenos de dignidad, odiaban a muerte a los opresores. Hasta los muchachos apretaban los puños con furia al oír el nombre de Franco.

Los voluntarios trataban por todos los medios de ayudar, de mitigar en lo posible las muchas penurias. En primavera y verano echaban una mano en las faenas del campo, en la recogida de la cosecha y de la aceituna, procurando realizar las tareas más arduas, pues los hombres jóvenes se encontraban en el frente. Todas las unidades rumanas de permiso tuvieron iniciativas como ésta y otras. Así, por ejemplo, los voluntarios de la compañía “Grivița Roja” compartían su comida con los chicos españoles del pueblo donde les habían enviado de permiso. Con su paga, los voluntarios les compraban a los chavales de comer, en un intento de llevar algo de alegría a unos corazones sometidos a duras pruebas demasiado pronto.
Esa actitud preocupada y afectuosa les ganó la cálida simpatía de la población española e hizo que se desvaneciera toda una serie de rumores sobre los voluntarios de las Brigadas Internacionales, difundidos por los reaccionarios, así como la atmósfera hostil creada por los anarquistas con su comportamiento.

A este respecto, resulta significativo un suceso del que guardan memoria muchos de los voluntarios del regimiento rumano de artillería. El hecho acaeció en un pueblo, en Calanda.

Allí nos dirigimos para descansar tras un largo periodo de duros combates.

En general, en todas partes donde habíamos estado hasta entonces, la población nos había recibido con mucho cariño. Allí, sin embargo, observamos bastante rápido que no nos miraban con muy buenos ojos. El porqué, no lo sabíamos. Pero pronto nos enteramos…

Nuestra unidad había recibido como rancho una gran cantidad de sardinas. Nada más que eso, sardinas. Así que, un día, decidimos tratar de intercambiar alimentos con las gentes del pueblo. Uno de nosotros se detuvo ante una casa, se limpió las botas y llamó a la puerta. Los vecinos se asomaban a mirarle como si fuera un bicho raro. También él miraba asombrado, hasta que alguien le preguntó:

-¡Anda! ¿Usted se limpia las botas?

-Claro, es lo normal, ¿no? Ustedes tendrán la casa limpia…

Fue entonces cuando quedó clara la causa de la actitud reservada que mantenían hacia los voluntarios. Antes de nosotros habían estado en el pueblo los anarquistas. Habían ocupado las viviendas de los vecinos y en ellas se echaban en las camas sin quitarse las botas, ensuciaban todo, rompían las cosas y hasta se dedicaron al pillaje.

Cuando vieron que los voluntarios se comportaban de una manera completamente distinta, se volcaron en mostrarnos su simpatía. Nos cogieron tanto cariño, que, a nuestra partida, todo el pueblo, con las autoridades municipales al frente, nos hizo una fiesta.

En un principio, al no conocer la lengua, estábamos un tanto cohibidos, como es lógico, cuando nos relacionábamos con la población española. Nuestros intentos de hacernos entender aun en esas condiciones dieron pie a no pocas situaciones divertidas. Me voy a referir a una de ellas.

Fue poco después de la batalla del Jarama. Nuestra unidad había sido enviada a descansar a un pueblo de las proximidades, antes de retornar al frente. En él se organizó una fiesta en nuestro honor: asistimos a un espectáculo de cantos y bailes, y hubo una merienda con la tradicional tortilla española33, tras lo cual el alcalde pronunció un breve discurso.

Alguno de nosotros debía responder. Los camaradas se me quedaron mirando, pero no me atreví. Mis conocimientos de lengua española dejaban aún, por aquel entonces, bastante que desear. Viendo que yo titubeaba, rápidamente salió en mi ayuda Nicolae Pop, el bueno de Nicu, siempre tan animoso y socarrón: “Dejadme a mí, yo respondo”. No era muy conforme al protocolo, porque Pop sólo era suboficial, pero no había tiempo que perder. En aquellas circunstancias no quedaba otra que aplicar al pie de la letra el dicho “à la guerre comme à la guerre”34, así que le dijimos que empezara.

Pop dio un paso adelante, tomó aire y comenzó con voz estentórea:

-Nosotros am venit aici în Spania pentru ca să vă ajutăm pe vosotros.35

Nos miramos unos a otros atónitos… ¿No habría sobrestimado Pop sus conocimientos de español? Estaba claro que los vecinos no habían podido entender nada de la frase intercalada entre los dos pronombres pronunciados en español. Sin embargo, sonreían como asintiendo. Debieron de imaginar que eran las fórmulas de cortesía habituales con que comienzan tales discursos. De cualquier modo, debieron de intuir que las dos palabras españolas, nosotros y vosotros, encajadas en la misma frase, se referían a los voluntarios y al pueblo español, que se trataba de crear un vínculo entre “nosotros” y “vosotros”.

Por la cara que ponía Pop, se notaba que daba su misión por terminada. Nosotros, sin embargo, le hacíamos señas para que continuara como fuera. Le escuchamos entonces decir:

-Acum vosotros trebuie să ne ajutați pe nosotros…36

Tras lo cual se hizo de nuevo un silencio absoluto. La concurrencia, formada por ancianos, mujeres y niños, observaba estupefacta al orador, pero, en la idea, probablemente, de que proseguía con las fórmulas de cortesía, esperaba confiada la continuación. Para entonces, Nicu daba ya muestras evidentes de agotamiento, y sólo nuestros gestos tajantes indicándole que siguiera le hicieron reunir sus últimas fuerzas para concluir pronunciando una frase que ninguno de nosotros, allí presentes, podremos olvidar jamás:

-Așa că vosotros trebuie să ne dați…37

No me imagino que se haya dado a la estampa muchas veces la palabra con que cerró Pop su frase, que alude a cierta parte de cuerpo del hombre que, en sentido figurado, también significa en español valor o arrojo. En realidad, Pop, espíritu práctico, quiso aprovechar la ocasión para pedir huevos a los aldeanos y empleó la tal palabra en lugar de la correcta huevos.

A pesar del poco español que sabíamos, como casi todos conocíamos lo que significaba dicha palabreja, el espanto empezó a cundir entre nosotros por lo que hubieran podido entender los españoles de todo aquel galimatías, cuando, de repente, una viejecilla, destacándose de la multitud, se dirigió a Pop con sonrisa maliciosa:

-Y si no tenéis…, digo yo que para qué habéis venido a España. Porque eso que dices que os falta es precisamente lo que necesitamos nosotros…

Las palabras de la viejecilla provocaron un estruendo de carcajadas; los vecinos nos aclamaron, nos abrazaron, nos sentimos muy cerca unos de otros.

El “discurso” de Pop no resultó infructuoso. Gracias a nuestro Nicu, que tenía la extraordinaria virtud de hacerse querer por todo el mundo, los aldeanos nos demostraron sus simpatías, preocupándose, entre otras cosas, por nuestra alimentación, de la que no faltaron los huevos que de modo tan sui generis había exigido el socarrón de Nicu.


LAZOS INDESTRUCTIBLES

Lejos de nuestra querida tierra y de nuestro ambiente cotidiano, es fácil de entender el profundo significado que para los voluntarios rumanos tenían los lazos con la patria y con el partido, el apoyo moral que supuso el cariño con el que las masas trabajadoras rumanas seguían su lucha. Ni en los periodos más duros cesó esa comunicación; de continuo, con ardiente interés, los voluntarios seguían los acontecimientos de Rumanía y, de igual manera, los antifascistas rumanos seguían en la patria las noticias que llegaban desde España.

Con extraordinaria alegría leyeron todos los voluntarios rumanos que se encontraban en España la carta que les dirigió el secretariado del Comité Central del partido en que se decía:

“Querido camaradas,

El Comité Central del Partido Comunista de Rumanía tiene intención de manteneros informados de las luchas de la clase obrera y el pueblo rumano por el pan, la paz, la libertad y la tierra, y os pide le brindéis vuestro concurso, remitiéndole vuestras críticas y consejos. El Comité Central os solicita igualmente que, por medio de documentos colectivos, deis a conocer vuestra experiencia a las amplias masas obreras y campesinas de la patria, enviándonoslos a efectos de publicación. El Comité Central espera que la comunicación con vosotros mejore de modo apreciable en lo sucesivo, algo que sólo puede redundar en beneficio de nuestra lucha común.

El Comité Central os ruega hagáis llegar sus saludos fraternales y llenos de afecto, en su nombre, en nombre de nuestro partido y en el de los millones de obreros y campesinos antifascistas de Rumanía, al heroico pueblo español, que ha entrado ya en su segundo año de guerra encarnizada contra los generales rebeldes y los intervencionistas fascistas de Alemania e Italia. Asimismo, el Comité Central os ruega hagáis extensivo dichos saludos a todos los voluntarios del frente de defensa de la paz, la libertad y el progreso de la humanidad toda, y de modo especialísimo, a todos los voluntarios rumanos, orgullo no sólo del Comité Central y de nuestro partido, sino de todo el pueblo rumano.

¡Viva la grandiosa lucha en defensa de la paz, la democracia, la libertad y el progreso de la humanidad toda!
¡Viva el heroico pueblo español!
¡Viva los voluntarios del frente español!
¡Viva los voluntarios rumanos!

Comité Central
Partido Comunista de Rumanía”

En todo momento tuvieron en su pensamiento los luchadores antifascistas de la patria a quienes, con las armas en la mano, defendían la libertad en suelo de España. Profunda emoción produjo entre los voluntarios el saludo que les remitió la conferencia de la célula del partido desde la cárcel, fechado el 27 de febrero de 1938.

“(…) Nuestra mirada, la de los encerrados en las mazmorras de la reacción rumana, se dirige llena de admiración y simpatía hacia vosotros, brigada de asalto del antifascismo mundial. Vuestros éxitos y vuestra lucha heroica nos colman de alegría, porque ellos son nuestros propios éxitos en diferentes frentes y por la misma causa común. A vosotros, que, con orgullo, habéis estampado en vuestras banderas de guerra, como símbolo de nuestra lucha común, los nombres de nuestros camaradas encarcelados, os mandamos nuestro saludo de combate y victoria con ocasión de la reunión de la conferencia de nuestra célula del Partido Comunista de Rumanía en las cárceles y os decimos «Pasaremos», saludo del antifascismo internacional en el frente de España.”

A su vez, los voluntarios rumanos comunicaban al partido y a los trabajadores de la patria los éxitos obtenidos en el frente y su decisión de honrar al pueblo que representaban, exhortando, al mismo tiempo, a la lucha unida contra el fascismo, cuya faz deforme y monstruosa podía observarse de cerca en España.

En el llamamiento que los voluntarios del regimiento rumano de artillería remitieron “A la clase
obrera rumana y al pueblo rumano”, se afirmaba:

“De guardia al pie de nuestros cañones, desde la vanguardia de la democracia mundial, nosotros, jefes, comisarios, oficiales y soldados del regimiento rumano de artillería, nos dirigimos a vosotros, los trabajadores rumanos, el pueblo de Rumanía.

La lucha heroica del pueblo español, que, sabedor de la gravedad de estos momentos históricos, ha demostrado que sólo con fuerzas unidas y bien organizadas se puede combatir eficazmente al fascismo, debe servirnos de ejemplo.

Oponed a las fuerzas fascistas y reaccionarias el muro indestructible del Frente Único Proletario, del Frente Popular Rumano, auténtico representante de las tradiciones seculares rumanas y sola garantía de nuestras esperanzas y aspiraciones comunes.

Todo por la unidad. No hay ni un minuto que perder.

La unidad del pueblo rumano, de todos aquellos que quieren evitar una nueva carnicería mundial, de todos los que desean el bienestar, el orden y la paz del pueblo rumano, se impone como una necesidad imperiosa.

Unamos nuestras fuerzas contra el fascismo. La sangre rumana derramada en suelo español en defensa de la libertad y vuestra lucha contra el fascismo rumano han de ser garantía de victoria para nuestro pueblo.

¡Viva el Frente Popular y el ejército popular españoles!
¡Viva la lucha contra el fascismo internacional!
¡Viva el Frente Popular rumano!
¡Viva Rumanía democrática y antifascista!”38

La suerte de los luchadores antifascistas encerrados en cárceles por la burguesía rumana constituyó una preocupación permanente para los voluntarios rumanos en España.

“No, ni un minuto, nosotros, combatientes rumanos en España, olvidaremos a nuestros hermanos de lucha que yacen en las mazmorras de Rumanía –se decía en una carta dirigida a las madres de los presos.

Cada uno de nosotros ha dejado en casa a hijos, padres, hermanas, hermanos, esposa, nuestros seres más queridos, para venir a luchar aquí por la causa de la libertad de España, que es la causa de la libertad del mundo entero.

El aplastamiento del fascismo en España contribuirá también a la llegada de un gobierno democrático en Rumanía que se verá obligado a conceder la amnistía política que os devolverá a vuestros hijos.”39

Siendo tantos los vínculos que les unían a la patria, así como el vivo interés con que seguían la lucha que se desarrollaba en Rumanía, los voluntarios decidieron enviar cada mes una parte de su sueldo al partido y al Socorro Rojo. Dicha acción les hacía no sentirse tan lejos, a miles de kilómetros de distancia de casa.

Gracias al partido, los voluntarios estuvieron informados puntualmente de todo lo que sucedía en Rumanía. Por un artículo aparecido en El combatiente, los voluntarios rumanos del batallón balcánico tuvieron noticia el 4 de septiembre de 1937 de la muerte de Sahia, acaecida el 26 de agosto40. En memoria del finado, un voluntario que lo conoció de cerca pronunció también un discurso impresionante.

“Al día siguiente, a las 5 de la mañana, cuando empezó el ataque –señalaba el mencionado artículo-, el grupo de artilleros rumanos, en posición de firmes junto al cañón, saludó puño en alto y disparó una descarga en honor de Sahia.

Se había dado la siguiente orden:

-¡Por Alexandru Sahia, literato y comunista, fuego contra el fascismo que tanto odió y combatió!

Unos minutos más tarde, el teléfono del puesto de observación anunció el efecto de la primera descarga:

-¡Batería fascista alcanzada de lleno!

De hecho, la batería enemiga no volvió a disparar. Alexandru Sahia había sido vengado.”

Del mismo modo que los voluntarios rumanos honraban la memoria de Sahia, “camarada de lucha caído en otro frente antifascista”, también los luchadores rumanos en la patria ensalzaban la de los caídos en España e inscribían sus nombres entre los de los héroes innumerables de la libertad del pueblo y el progreso humano.

“Sus tumbas, diseminadas entre los peñascos de la sierra del Guadarrama o por las llanuras de Cataluña, se borrarán con el tiempo. Pero sus nombres no desaparecerán –se decía en el folleto España41, editado por el Partido Comunista de Rumanía en 1938.

(…) ¡Honrados sean! Recuerdo eterno a los héroes caídos en las trincheras de la guerra contra la sangrienta invasión fascista. En momentos en que los falsos demócratas y pacifistas se preparan para abandonar a la República española a la fiera fascista, la solidaridad antifascista internacional, junto con la del Estado proletario soviético, son ejemplos enaltecedores y llenos de abnegación de cómo contener y sofocar el incendio fascista.”

Los lazos con el partido y con la patria siguieron activos tras la salida de los voluntarios de España, durante el tiempo que permanecieron presos en los campos de concentración de Francia. En los números de la, por entonces, ilegal Scînteia, de 28 de febrero, 15 de marzo, 8 de septiembre, etc., todos del año 1939, se relataba la difícil situación de los detenidos y se exhortaba a los trabajadores a apoyarlos. Las listas de suscripción publicadas por Scînteia en aquel periodo muestran el eco que tuvo el llamamiento del partido.

Aislados al inicio de su detención en campos de concentración42, debido a la intensa lucha que se desarrollaba ya a lo largo y ancho de casi toda Europa contra las fuerzas de la reacción y de la guerra, los antiguos voluntarios rumanos manifestaron su deseo de regresar a la patria. Sabían que, a su vuelta, la burguesía les ajustaría las cuentas, condenando a muchos de ellos a duros años de cárcel. El aparato represivo del Estado ya había dado los primeros pasos en ese sentido. Había enviado a sus agentes a los campos de concentración para recabar la lista de los brigadistas internacionales rumanos, preparando así el terreno para las medidas que habrían de tomarse contra ellos43. Sin embargo, los voluntarios deseaban ardientemente en aquellos momentos, cuando la situación era más tensa que nunca, estar en Rumanía, en su puesto de combate.

Desde los campos de concentración los voluntarios enviaron a la patria más de 60 cartas, la mayoría dirigidas a personalidades de la vida política y cultural, a dirigentes de partidos políticos, profesores universitarios y periodistas, en las que expresaban su deseo de volver a Rumanía y les pedían que realizaran gestiones ante los órganos competentes con miras a su repatriación44. Tan sólo recibieron una única respuesta: la del doctor Petru Groza.

“Estoy a vuestro lado. No perdáis el ánimo. El pueblo rumano aprecia mucho vuestro gesto sublime. Llegará el día en que, en una Rumanía libre, el pueblo podrá expresar abiertamente su gratitud a sus propios hijos, que con tanto heroísmo enarbolaron la bandera de la democracia rumana en la tierra ensangrentada de España.

Vuestro amigo Petru Groza”45

Tras la liberación, Petru Groza se convirtió en presidente honorífico de la “Asociación de antiguos voluntarios rumanos del ejército republicano español”, constituida en 1945. En una reunión de ésta, en abril de 1946, el doctor Groza, primer presidente del primer gobierno verdaderamente democrático del país, dijo dirigiéndose a los antiguos combatientes:

“(…) Somos muchos en este país los que os tuvimos presentes de continuo en nuestros pensamientos. Hay entre nosotros amigos que pasaron por nuestras casas antes de hacerse al camino, lleno de riesgos, que les iba a llevar a la guerra de España. Seguí día a día, hora a hora, la lucha de ese pueblo mártir (…) Estuve en todo momento a las orillas del Ebro, en los combates de Madrid. De pensamiento y de corazón hicimos nuestros vuestros sufrimientos; os seguimos hasta los campos de concentración de los Pirineos. La carta que os envié como respuesta a una recibida desde allí fue ocasión de mostrar a nuestros hermanos presos que no todo estaba “podrido en Dinamarca” y que había todavía en este país y fuera de él hombres que, aunque no tuvieran la dicha de haber combatido en aquel frente, estaban a su lado, que no debían sentirse solos tras una batalla perdida, pues la lucha no estaba más que empezando y todos, en este país y en el resto del globo, se aprestaban al combate (…)”

Aunque no pudieron volver a la patria, los brigadistas internacionales rumanos no abandonaron la lucha. En los campos de concentración de Francia o en aquellos adonde los deportaron los nazis, en la Resistencia francesa o en otros frentes donde combatieron con las armas en la mano contra el fascismo46, los antiguos voluntarios rumanos de la guerra de España mostraron, con su heroica actitud y su entrega a la causa de la libertad de los pueblos, su unión indestructible con el partido.


***

1 Fragmento del mensaje de despedida a los voluntarios de las Brigadas Internacionales pronunciado por Dolores Ibárruri el 15 de noviembre de 1938 en Barcelona. [N. de los t.]
2 Región histórica del sur de Rumanía, parte de la antigua Valaquia. [N. de los t.]
3 Nicolae Iorga (1871-1940) fue un político –primer ministro entre 1931 y 1932-, historiador y escritor rumano. Marxista en su juventud, murió asesinado a manos de los fascistas rumanos de la Guardia de Hierro. [N. de los t.]
4 Iorga, N.: Catalonia și expoziția din 1929, Editura Casei Școalelor, București, 1930. [N. del A.]
5 ‘Huevo’, ‘nuevo’ y ‘buey’ en rumano y en catalán. [N. de los t.]
6 Ascultă, măi!, en rumano. [N. de los t.]
7 Literalmente, “cabeza de buey hinchado”. Bou en rumano es denuesto equivalente a nuestro “burro”. [N. de los t.]
8 La doină –en plural, doine- es un tipo de composición de la lírica popular rumana, caracterizada por su tono triste, de lamento o añoranza. [N. de los t.]
9 Kogălniceanu, M.: Scrieri, Editura Tineretului, București, 1967. [N. del A.]
10 En rumano, cerneală. [N. de los t.]
11 Arroz a la turca. [N. de los t.]
12 Verso del poema Cantares, de Manuel Machado. [N. de los t.]
13 Pierre Rebière, miembro del Comité Central del Partido Comunista Francés, fue en España comisario del batallón francés. Rebière dirigió, durante la ocupación nazi de Francia, el movimiento de resistencia en cinco departamentos. Murió el 5 de octubre de 1942, ejecutado por los nazifascistas. [N. del A.]
14 Longo, L.: Brigăzile internaționale în Spania, E.S.P.L.P., București, 1957. [N. del A.]
Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
15 Además de rumanos y franceses, también lucharon en aquella unidad españoles, belgas, holandeses, italianos, alemanes, húngaros, búlgaros, polacos, serbios, austriacos, checos y chinos. [N. del A.]
16 Tras una gloriosa participación en la guerra del pueblo español, el comunista francés Samuel Arbousset, de vuelta en Francia, murió en junio de 1939 en un accidente. El artículo publicado con tal motivo en el diario L’Humanité –número de 25 de junio de 1939-, firmado por André Marty, en el que se describía la personalidad del finado, se puede considerar, con justa razón, una breve reseña histórica de las batallas en que participó, en los distintos frentes, el regimiento rumano de artillería, unidad en cuyo seno Arbousset combatió desde el mismo día de su creación hasta la retirada de los voluntarios internacionales. El artículo describe las principales operaciones en que intervino Arbousset –y, en consecuencia, la unidad de artillería rumana- en los frente del Jarama, Guadalajara, Brunete, Teruel, Quinto, de Aragón (la retirada) y del Ebro. Las consideraciones que se vierten en dicho artículo sobre nuestra unidad de artillería son elogiosas: “Grupo magnífico que operaba científicamente, con una maravillosa precisión”, etc. Al referirse a la valerosa participación de la unidad rumana en los combates del Jarama, se dice: “Fue la mayor impresión que dejó en mí la batalla. Que cada cual juzgue: en doce días, destruyó ocho tanques italianos de tamaño medio, una batería alemana de 65 mm con su depósito de municiones, once nidos de ametralladoras, etc.” Se encomia en el artículo, igualmente, la participación de todos los miembros del regimiento rumano de artillería en los combates contra las fuerzas franquistas. [N. del A.]
17 De vuelta a su país, Gaston Carré se convirtió, tras la capitulación de la Francia de Pétain, en jefe de los destacamentos de partisanos del norte del país (la parte ocupada por los nazis). Murió como un héroe en la lucha contra el ocupante y se encuentra enterrado en el Cementerio de los Fusilados de Ivry. Hoy, una calle del barrio obrero de París de Aubervilliers, donde trabajó, lleva su nombre. [N. del A.]
18 Tudor Vladimirescu (1780-1821) fue el héroe de la revolución valaca de 1821, enfrentada al poder fanariota otomano y a los boyardos rumanos locales. [N. de los t.]
19 Zdeněk Přibyl, La Corrida, Naše Vojsko, Praha, 1960. [N. del A.]
20 Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
21 Revista Istoriceski Arhiv nº 2, 1962, Moscova. [N. del A.]
Retraducción a partir del rumano. [N. de los t.]
22 Historia del Partido Comunista de España. Editions Sociales, Paris, 1960. [N. del A.]
23 Ver nota [N. de los t.]
24 Extracto de una carta reproducida en el folleto “España”, editado por el Partido Comunista Rumano en 1938. [N. del A.]
25 “Grivița Roșie”, en rumano. Ver nota . [N. de los t.]
26 Publicado en el folleto “España”, editado por el Partido Comunista Rumano en 1938. [N. del A.]
27 Hipocorístico de Mihai en rumano. [N. de los t.]
28 Ver nota del capítulo II
29 Durante la II Guerra Mundial, el general Świerczewski dirigió el Segundo Ejército polaco, formado en territorio de la Unión Soviética. Tras el final de la guerra, en 1946 fue nombrado viceministro de Defensa Nacional de Polonia. Murió el 28 de marzo de 1947, asesinado durante una misión de combate a manos de terroristas enemigos de la nueva Polonia. [N. del A.]
30 O generale Świerczewski, Wspomienda, Varșovia, 1952. [N. del A.]
31 En rumano en el original. [N. de los t.]
32 Luptătorul, en rumano. [N. de los t.] Ver capítulo 5
33 Plato muy sabroso hecho con patatas y huevos. [N. del A.]
34 En castellano, refranes con un sentido aproximado al francés serían “al mal tiempo, buena cara”, “cual el tiempo, tal el tiento”, en referencia a que las circunstancias obligan. [N. de los t.]
35 “Nosotros hemos venido aquí a España a ayudaros a vosotros.” [N. de los t.]
36 “Ahora vosotros debéis ayudarnos a nosotros…” [N. de los t.]
37 “Así que vosotros debéis darnos…” [N. de los t.]
38 El combatiente [Luptătorul] nº 5/1937, órgano de los voluntarios rumanos de las Brigadas Internacionales, editado en el frente, en España. [N. del A.]
39 El combatiente [Luptătorul] nº 5/1937, órgano de los voluntarios rumanos de las Brigadas Internacionales, editado en el frente, en España. [N. del A.]
40 Alexandru Sahia (1908-1937) fue un escritor comunista rumano. Algunas fuentes fechan el día de su muerte el 12 de agosto y no el 26, como señala el autor del libro, muerte que se produjo en Bucarest. [N. de los t.]
41 En rumano en el original. [N. de los t.]
42 Posteriormente, tras la capitulación de Francia y, en especial, una vez organizada la Resistencia francesa, muchos de los antiguos brigadistas internacionales rumanos se fugaron de los campos de concentración y se incorporaron a las filas de dicho movimiento. [N. del A.]
43 Los archivos del Instituto de Estudios Históricos y Sociopolíticos, adscrito al Comité Central del Partido Comunista de Rumanía, expediente nº 249, fondo nº 1, contienen una nota del Ministerio del Interior, fechada el 12 de octubre de 1940, en la que se solicitaba información para privar de la nacionalidad rumana a los 300 voluntarios internados en el campo de concentración de Gurs. En las páginas 54 a 61 de dicho expediente está la lista de los detenidos rumanos en Gurs, remitida al Ministerio del Interior por la legación rumana en París. En el folio 47 del mismo expediente hay un escrito del Ministerio del Interior, fechado el 11 de septiembre de 1939 y remitido a la Dirección General de la Policía, en el que se comunicaba que, en relación con las solicitudes de repatriación de los voluntarios rumanos internados en campos de concentración planteadas por sus familias, dicho departamento ya había solicitado al Ministerio de Justicia la aplicación a los mencionados ciudadanos rumanos de la legislación vigente por alistamiento en un ejército extranjero sin la autorización del gobierno. [N. del A.]
44 Los archivos del Instituto de Estudios Históricos y Sociopolíticos, adscrito al Comité Central del Partido Comunista de Rumanía, expediente nº 7.729, fondo nº 101, contienen una nota de la Sigurantă por la que se remitían al Ministerio del Interior copias de cartas de Nicolae Cristea y Nicolae Pop enviadas desde Gurs, el 10 de febrero de 1940, a la mayoría de los miembros directivos del colegio de abogados de Ilfov, en las que solicitaban apoyo para su repatriación. [N. del A.]
45 Artículo publicado por vez primera en Scînteia de 13 de julio de 1939. [N. del A.]

46 A los tres años de su salida de España, casi todos los antiguos voluntarios se habían incorporado ya a otros frentes de la lucha abierta contra el fascismo.

Entre los héroes caídos combatiendo a los invasores de su patria, el pueblo francés honra la memoria de muchos antifascistas rumanos que dieron generosamente su vida por la libertad de Francia. Participaron en la insurrección de París de agosto de 1944, en las acciones insurreccionales de ciudades y regiones como Marsella, Nancy, Ardèche, Corrèze, Lyon, Gard, Pas-de-Calais, así como en los combates que se sucedieron para expulsar a los ocupantes nazis de todo el territorio francés. Nicolae Cristea, inolvidable hijo de nuestro pueblo, estuvo entre los primeros en sumarse al movimiento de resistencia del pueblo francés y participó en numerosas acciones que provocaron grandes pérdidas materiales y humanas a los nazis. Detenido en una redada policial y torturado horriblemente por agentes de la Gestapo, murió como un héroe, sin pronunciar una sola palabra comprometedora para sus camaradas de lucha y sin siquiera confesar su verdadero nombre. En el transcurso del heroico combate de las Fuerzas Francesas del Interior (FFI) y de las milicias populares o en los campos de extermino nazis, perdieron la vida muchos de los antiguos voluntarios rumanos de España: Andrei Sas Dragoș, Francisc Wolff-Boczor, Zoltan Simion, Ion Călin, Alexandru Lazăr, Floricel Marinescu, Marin Chilon y muchos otros.

Algunos de los médicos rumanos que participaron en la guerra de España como voluntarios, en respuesta al llamamiento de la Cruz Roja china, partieron hacia aquel país para prestar su ayuda al pueblo chino en lucha contra los imperialistas japoneses, que habían invadido su país.

Los antiguos voluntarios que el gobierno soviético salvó de los campos de concentración en Francia o África expresaron su deseo de participar en la guerra contra la Alemania nazi. Perdieron la vida en ella A. Mihail, exmiembro del comité del partido del batallón divisionario de la 45 división, Conderor, comisario político de la compañía “Grivița Roja”, Valentin Cazacu y otros brigadistas internacionales. Una parte de los antiguos brigadistas que se encontraban en la Unión Soviética se incorporaron a las divisiones de voluntarios “Tudor Vladimirescu” y “Horia, Cloșca, Crișan”. Del grupo de partisanos “Carpați”, 5 combatieron en la guerra de España. [N. del A.]

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